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Actualizado: 27 de junio de 2025
Bien, bien; pero para reconocer mi título y mi nombre debió identificarse mi persona. Sí, señor. ¿Y no consta en las diligencias judiciales mi estado? No, señor. ¿Y nadie me conocía en Zaragoza? No, señor. Pues bien, es necesario que usted, u otra persona de confianza, vayan a Madrid: yo daré a usted, o a esa persona, cartas para mis antiguos amigos.
Unos instantes más, é iba á entrar en una familia desconocida, bajo una especie de domesticidad mal disfrazada, con un título que me aseguraba apenas los miramientos y el respeto de los criados; esto era nuevo para mí.
Juana, por último, no era sólo sabia y operosa en las artes del deleite, sino que ejercía también, aunque no estaba examinada ni tenía título, un menester o profesión de la más alta importancia social.
Hasta la que lleva el título de Los tres blasones, obra de tres grandes ingenios , no ha de exceptuarse de mi anatema, porque es un monstruo de belleza, como las otras lo son de fealdad.................................» Así habló Villayzán, retirándose entonces los poetas.
Leyó el cura para sí tres o cuatro renglones y dijo: -Cierto que no me parece mal el título desta novela, y que me viene voluntad de leella toda.
Esto hace, señor, que V. A. haya de mirar como estimables efectos de la generosa piedad de vuestro padre, lo que se os ofrece como á tan amado y tan amante hijo, y este título lo hace crecer tanto, que fué en mí lo que últimamente resolvió mi respetuosa timidez, para ofrecer á un Fernando, Príncipe de Asturias, aquello que se dignó mirar como suyo un Philipo, Rey de las Españas.
Todo novelista que se respeta, todo dramaturgo que posee el secreto de hacer patalear de entusiasmo al público, no conoce vacilaciones al graduar la simpatía atractiva de sus personajes. El hombre funesto, el «traidor» de la obra, ya se sabe que debe ser un rico, un manipulador de caudales; y si ostenta el título de banquero, mejor que mejor.
Aislado del mundo, parecía no tener sobre la tierra más objeto que nosotros, y consagraba al Cielo y al estudio todos los instantes en que no lo necesitábamos. Tuve el atrevimiento de pedir para él a mi tío el título de capellán del castillo, que poseía rentas considerables, y el Duque me concedió este favor.
Por esta época lo había también abandonado el joven Lope Félix, para entrar en la milicia á las órdenes del marqués de Santa Cruz, hijo del otro marqués de igual título, bajo de cuyo mandó sirvió por primera vez nuestro poeta.
Gestionaba un título del reino, y por sí o por no se lo daban, y para ganar tiempo, otro del Vaticano, negocio más hacedero. En resolución, que los Neira querían hombrearse con los Somavia. Al oír la duquesa al señor Chapaprieta, comentó: «El Papa no puede hacer nobles.» «Claro que no dijo Barquín ; el Papa sólo puede hacer santos.
Palabra del Dia
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