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Actualizado: 20 de julio de 2025
Allí, durante una noche primaveral, se vino abajo un talud de nieve más grande que los más altos abetos y que la torre de la iglesia. Un grupo de casitas y de hórreos se encontraba bajo la formidable masa. Los montañeses, que acudieron de las aldeas vecinas, creyeron que indudablemente todas las armaduras de los edificios habían quedado demolidas y aplastados los habitantes bajo los escombros.
En tal momento, Riffi, poseído de un noble entusiasmo, se deslizó a lo largo del talud, porque acababa de ver, un poco a la izquierda, por debajo de los parapetos, un magnífico caballo, perteneciente al coronel muerto por Materne, que se había refugiado en aquel rincón, sano y salvo. En mis manos caerás se decía Riffi ; Sapiencia se va a quedar asombrada.
Enseguida se arrimó el intrépido muchacho a la base del talud, y allí, como si se hallara en el huerto de su casa, sin inquietarse lo más mínimo por la visión de los abismos horrendos que se abrían a media vara de cada uno de sus pies, púsose a expalar la nieve del talud, a un lado y a otro, mandando al propio tiempo que se hiciera arriba lo mismo, en cuanto alcanzaran las palas.
Siguió adelante el despernado, y Benina, con su cesta al brazo, subió gateando por la escombrera, no sin trabajo, pues aquel material suelto de que formado estaba el talud, se escurría fácilmente.
Las veredas, que al principio subían, luego empezaron a bajar, enlazándose; y al fin bajaron tanto, que nuestro viajero hallose en un talud, por el cual sólo habría podido descender echándose a rodar. ¡Bonita situación! exclamó sonriendo y buscando en su buen humor lenitivo a la enojosa contrariedad . ¿En dónde estás, querido Golfín? Esto parece un abismo. ¿Ves algo allá abajo?
Los guerrilleros, en fila, con el fusil a la espalda, marchaban por lo alto del talud, y el doctor, a caballo, iba por el camino en trinchera, abriéndose paso por entre las ramas de los árboles, proyectando su negra sombra sobre el sendero profundo, y la Luna alumbraba los alrededores.
Entre aquellos desgraciados había unos que eran jóvenes y otros viejos, con los rostros blancos como la cera, los ojos desmesuradamente abiertos y los brazos extendidos. Algunos pugnaban por levantarse, pero volvían a caer en seguida; otros miraban a las alturas como temiendo que les disparasen desde ellas. Y se arrastraban desde lo largo del talud para ponerse al abrigo de las balas.
Frente a la granja, a unos cinco pasos, en un talud, se veía al cosaco muerto por Kasper el día anterior; estaba blanco por la escarcha y rígido como si fuese de piedra. Dentro, el fuego de la estufa, que se había encendido, calentaba el ambiente.
Pero en seguida, el anciano, dominando su emoción, exclamó: ¡Está bien, hijos míos! ¡La jornada ha sido dura! ¡Vamos a beber un trago, porque tengo sed! Dirigieron los tres una última mirada hacia el talud sombrío, y viendo los centinelas que de treinta en treinta pasos acababa de poner Hullin al pasar, se encaminaron juntos hacia la vieja alquería.
Los oficiales, detrás de los fugitivos, les golpeaban con los sables de plano, y como los tiros les iban a los alcances, acabaron huyendo con tanta precipitación como orden habían empleado a su llegada. Materne, de pie en lo alto del talud y acompañado de cincuenta hombres, blandía la carabina y reía con la mayor satisfacción. En la parte inferior de la rampa se arrastraban masas de heridos.
Palabra del Dia
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