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Las tiendas estaban cerradas, no había estudiantes en la entrada de San Carlos, ni corros ante las tabernas, ni chicos jugando en las socavas de los árboles.

¡Uf! ¡Cómo se ponía la venturá de mi maresita cuando me oía esta copla! Al fin, una tarde se había fugado y se había estado tres días sin volver a casa. De esta salida había resultado compuestita, y no hubo más remedio que ceder a casarlos. El matrimonio no hizo más que acrecer sus desdichas. Fierabrás era albañil; pero en vez de traer el jornal a casa, se gastaba una gran parte en las tabernas.

Maltrana siguió con la vista un buen rato al interesante personaje, motivo de regocijo para las criadas de las plazuelas y para los desocupados que se reúnen en tabernas y portales. «¡Y pensar se decía Isidro que si nace dos siglos antes hubiésemos tenido un San Vicente más!...» El joven olvidó pronto a su original amigo. Comenzaban a salir mujeres de la fábrica de gorras.

En vez de ser con ella, mandó a su ama para que la acompañase. Sólo cuando la luz se hubo extinguido por completo subió de nuevo con el sombrero en la mano, preparado a salir. La esposa de D. Álvaro, así que le vio en esta traza, se levantó de la silla. Había cerrado ya la noche. La gente de mar se había retirado a sus casas o a las tabernas.

Su contrincante le esperaba en la taberna, para beber juntos como buenos camaradas. Y se lo llevaron, rodeándolo respetuosamente, como un testimonio de su gloria, con los mismos honores que una bandera cogida al enemigo. Aresti volvió á la plaza. Comenzaba á obscurecer; la gente se había esparcido por las calles inmediatas, agolpándose á las puertas de las tabernas.

Muchos sostenían que la preponderancia de la casa sobre las otras tabernas de la huerta se debía á estos asombrosos adornos, y Copa maldecía las moscas que empañaban tanta hermosura con el negro punteado de sus desahogos.

¿La mejor?... No hay más que una que sea buena de verdad: el Sol de Oro... Las demás no son sino malas tabernas. ¿Se está bien en la casa? Ya lo creo, y se come en ella divinamente... Las gentes de Langres van allí con frecuencia a pasar un día de campo... El Sol de Oro no es precisamente de ayer; hace ya más de treinta años que da muy buenos cuartos al Príncipe y a su esposa.

Por fin se dio con el domicilio del aguador, pero éste ya no vivía en él. Los vecinos refirieron que había hecho fortuna y vendido su tonel para gozar de la vida. M. Bernier dio una terrible batida por las tabernas y demás lugares de placer, en tanto que su enfermo permanecía sumido en la mayor melancolía.

Juanita zapateaba, donosa o duramente, a cuantos mozos la pretendían, y lo que es Antoñuelo iba ya con menos frecuencia a casa de Juanita. Según en el lugar se sonaba, andaba él muy extraviado, frecuentando las tabernas en harto malas compañías y pasando muchas noches en francachelas y jaranas.

En cuanto el tío Roque cerró el ojo, los rapaces vendieron al capitán los prados y las tierras y embarcaron en Gijón para la Habana: las rapazas se fueron á servir á Oviedo: el tío Meregildo, que mientras vivió su hermano fué buen paisano, comenzó á dormir en las tabernas hasta que hundió lo que tenía... En fin, ya lo sabes; allí ya no hay más que unos cuantos establos.