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Perdióse de ánimo éste á la vista de los nuestros, y con palabras y ademanes de quien suplicaba, les pidió no le matasen.

Adiós, querido hijo, y gracias... Que Dios le ayude... Yo besé sus manos temblorosas, y ella me dejó precipitadamente. Hice á toda prisa mis aprestos para la partida: luego escribí algunas líneas á la señora de Laroque. La suplicaba renunciara á una resolución cuyo alcance no había calculado, y de la que por mi parte, estaba firmemente determinado á no hacerme cómplice.

Mariana le suplicaba que no fuese excesivamente severo con ellos; serían tal vez padres de familia. Mas no lograba ablandarle. Indudablemente, sus principios de justicia municipal eran más inflexibles que sus músculos cervicales, a juzgar por el número incalculable de veces que volvía la cabeza hacia el sitio en que Esperancita y Pepe departían. No estaba celoso.

Favorable acogida alcanzaron los dos comisionados en el ánimo de aquel ilustre Príncipe, quien comenzó, á fuer de prudente y morigerado, por entregarles una carta para el mismo prelado Arias, en que le suplicaba devolviese los bienes á los Hermanos de la pobre vida y les permitiera hacer uso de la concesión del Sumo Pontífice.

Hablaba bien el castellano por haber estado muchos años en la América del Sur. No opuso ninguna dificultad á la pretension de nuestros visitadores, dijo que podían examinar todo, todo, antes y despues de la representacion; durante ella les suplicaba se estuviesen tranquilos. Ben Zayb se sonreía y saboreaba el disgusto que preparaba al americano.

Le suplicaba con efusión en que se sentía vibrar un poco de la ternura de otros tiempos. Bajo sus abundantes cabellos grises, algo más sereno el rostro, sus humedecidos ojos tomaban una expresión hondamente dolorosa y parecían reflejar toda su antigua belleza. iba repitiendo la pobre mujer. Márchese usted y olvídenos... Déjenos tranquilos a los tres en este rincón.

Ella no la iba á abandonar, nada tenía que temer; el P. Camorra tenía otras cosas en la cabeza; Julî no era más que una pobre campesina... Pero al llegar á la puerta del convento ó casa parroquial, Julî se negó tenazmente á subir y se cogió á la pared. ¡No, no! suplicaba llena de terror; ¡oh, no, no, tened piedad!... Pero que tonta...

Era el señor Munster, que, llevándose una mano al casquete, suplicaba humildemente: Señora, acuérdese de su promesa... La aguardamos en el salón para nuestra partida de bridge. Usted sólo falta para que empecemos. Mrs. Power sonrió con una amabilidad feroz. «Luego iré.» Y Munster, comprendiendo lo enojoso de su presencia, se retiró discretamente antes de que la dama le volviese la espalda.