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Ya el Sultán, desesperado a fuerza de hastío, revolvía en su mente el saludable proyecto de degollar con su propio alfanje tres o cuatro de aquellos ruiseñores sapientes, eligiéndolos de entre los más floridos y locuaces en su parla, cuando el famoso Aben-Jomiz, que había sido diez años alfajeme, otros tantos boticario, siempre viajando y herbolizando, algunas veces matando y jamás curando, y que había concluído por ser tan entendido médico como consejero profundo, dió señales de hablar.

Dejemos á un historiador árabe , cuya autorizada voz suena hoy por primera vez en nuestro idioma vulgar, referir la meritoria reforma de este Sultan. «Lo primero que hizo Al-hakem, luego que sucedió en el Califato, fué ocuparse en aumentar y hermosear la mezquita Aljama de Córdoba.

El Sultán corrió todos aquellos laberintos de verduras y malezas sin hallar más que algún pájaro que revolaba entre las ramas o alguna tímida liebre que se deslizaba entre la hierba. En tanto volvió en y se miró solo, pues sus cortesanos en vano le habían querido seguir en su rápida y pesquisidora excursión.

En la conjuración se había guardado profundo secreto. Nada sospechaba Abdul ben Hixen. La mayoría de su gente de armas, aunque era de muslimes, discurría por la ciudad, sin cautela ni reparo y se divertía en la fiesta, requebrando a las mozas y retozando también con ellas. El sultán, no obstante, se hallaba encastillado en la fortaleza, en cuyo centro se levantaba el regio alcázar.

La moza se resistió un poco, pero al fin cedió, ¡no había de ceder! El joven entró con ella por medio de la romería entre los aplausos y ¡hurras! de sus amigos y las murmuraciones de las jóvenes, que se mostraban escandalizadas, sin perjuicio de dejarse arrebatar de aquella gentil manera el día que al bello sultán se le antojase. A las tres, la Nozaleda estaba poblada de romeros.

Tambien recibió en su ejército muchas compañias de Turcoples que dejaron á Sultan Azan, y se bautizaron. Todas estas ayudas las deseaba Andronico, y las estimaba como grandes; y así la que los nuestros le ofrecían no se puede con palabras encarecer la estimacion que hizo de ella, por ser de gente tan aventajada á las demás que le servian, y tan temida en aquellos tiempos.

El Sultán, que en aquella tenebrosa obscuridad que envolvía la estancia estaba en ayunas de lo que pasaba en derredor de , exclamó impaciente: Querido Ben-Farding, ¿has dado ya en el encanto, conoces el sortilegio que embarga los sentidos de mi esposa? ¡Habla, habla!...

El oficio de Katib ó secretario era de dos especies: su cargo mas importante era el de la correspondencia del Sultan con sus aliados ó enemigos, y la redaccion de las órdenes del soberano. El segundo cargo era de proteccion y seguridad de los Cristianos y Judíos. Véase Al-Makkarí, lib. I, cap. 8.

¡Que me place! dijo el Sultán . ¿Y dónde está ese Rey tan deseado? ¿Por qué no entra? Que venga, traédmelo aquí, luego, al punto... Pues ved ahí el caso dijo Abu-el-Casín. Habla replicó el Sultán. Y el capitán comenzó su relato de esta manera:

Acabada la fiesta y ceremonia, separaron á los cristianos por categorías, llevando á D. Álvaro de Sande á un castillo con juramento del Sultán de que no haría más la guerra, porque en la prisión había de morir sin que hubiera para él rescate por ningún dinero.