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Qué fastidio, Kimble, el tener que salir en éste momento, ¿eh? dijo el squire . Bien podía haber ido a buscar a vuestro ayudante, el aprendiz... ¿Cómo se llama? ¿Hubiera podido? ¡pero para qué decir que hubiera podido! gruñó el tío Kimble, apresurándose a salir junto con Marner, seguido por el señor Crackenthorp y por Godfrey. ¿Queréis buscarme un par de zapatos gruesos, Godfrey?

Puesto que el pastor bailaba, no había, pues, razón alguna para que ese acto no fuera aceptado como una parte del orden de las cosas, lo mismo que si se tratara del squire.

Lo que había pasado con motivo del pedido de la mano de Nancy le había causado al joven una mera alarma: el temor de que el squire fuera a deslizarle al señor Lammeter, de sobremesa, algunas palabras que fueran capaces de ponerlo a él, Godfrey, en la necesidad absoluta de renunciar a Nancy en el momento mismo que parecía estar a su alcance.

Trataba de dominarse; sin embargo, tenía conciencia de que, si era observado, no dejarían de notar su agitación y la palidez de sus labios. Pero en aquel momento todos los que estaban en la entrada de la sala tenían los ojos fijos en Silas. El propio squire se había puesto de pie y le preguntaba con acento irritado: ¿Qué pasa? ¿Qué significa esto? ¿Por qué entráis aquí de esa manera?

Allí encontraban lomos y jamones intactos, pasteles de cerdo que acababan de salir del horno y manteca fresca recién hilada; en fin, todo lo que el apetito de gentes ociosas podía desear, y de mejor calidad, quizá, que en casa del squire Cass, aunque la abundancia no fuera mayor.

Porque la mujer del squire había muerto hacía tiempo, y la Casa Koja se veía privada de la esposa y de la madre, cuya presencia es la fuente saludable del amor y del temor que deben reinar en la familia y entre los servidores.

El squire comió el pan y la carne rápidamente, bebió un buen sorbo de cerveza, y luego, volviendo la espalda a la mesa, prosiguió: Será tanto peor para vos, sabedlo; más os valiera que tratarais de ayudarme y conservar lo que tenemos.

El viejo squire estaba acostumbrado a ver qué Dunstan se ausentara con frecuencia de la casa; así es que no pensó que valiera la pena de hacer una observación respecto de la desaparición de su hijo y de la del caballo.

Creía firmemente que éstos debían de sentirse dichosos de vivir en una parroquia que contaba con un hombre tan cordial como el squire Cass que los invitaba a su casa y los quería bien. Aun en aquella primera fase de su humor jovial era natural que deseara suplir las imperfecciones de su hijo mirando y hablando por él.

Rodney juraba que había sido testigo de todo esto; y era tanto más creíble cuanto que agregaba que la cosa había sucedido el mismo día en que había ido a cazar topos en la sierra del squire Gass, allá cerca del viejo foso de los aserradores.