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¡Qué tonta! exclamó Joaquinita, pareciendo que se ruborizaba. Vaya, dígame con franqueza, ¿qué le parece a usted de la soirée de Cachupín? me preguntó, cambiando con afectada volubilidad de conversación. ¿Qué soirée? Esta en que usted se encuentra. ¿Ha estado usted en su vida en otra más cachupinesca? ¡Oh! exclamé apresuradamente. ¡Nada de eso! Es una tertulia muy agradable y distinguida.

En medio de este rayo de luz estaba una mujer erguida, esbelta, sonrosada, vestida con un hermoso traje de soirée, las nacaradas espaldas surgiendo de entre nubes de blondas, y el pecho y la cabeza deslumbrantes con el centelleo de las joyas. Luis retrocedió asombrado, protestando de la farsa. ¿Aquella era la enferma? ¿Le habían llamado para insultarle?

No agitaba mi pecho el apetito heróico de dirigir, desde lo alto de un trono, vastos rebaños humanos; pero me abrasaba el deseo de poder comer en el Hotel Central, con champagne, apretar la mano de mimosas vizcondesas, y, por lo menos, dos veces a la semana, dormir, en un éxtasis mudo, sobre el fresco seno de Venus. ¡Oh, elegantes que os dirigíais vivamente a San Carlos abrigados en costosos paletots, luciendo la blanca corbata de «soirée!» ¡Oh, carruajes llenos de mujeres vestidas a la andaluza, rodando gallardamente hacia los toros, cuántas veces me hicísteis suspirar!

Vió damas vestidas de soirée, señores puestos de smoking, la concurrencia habitual de los hoteles de lujo, que se pone su uniforme para comer y se queda haciendo la digestión en los profundos sillones, mirándose sin decir nada ó hablando en voz baja, lo mismo que en una iglesia, hasta que la rinde el sueño.

Es Miguel Ramos Carrion, el autor de Un sarao y una soirée, y de La gallina ciega, y de Esperanza, y del Cuarto desalquilado, y de Los doce retratos, y de La mamá política, y de una obra que se representará en breve y acabará de consolidar su reputacion.

Nos mirábamos con Mounsey y no podíamos menos que reírnos. ¿Dónde vivía usted en Europa antes de embarcarse? me preguntaba. En el Grand Hôtel, en París. ¿Dónde cenó por última vez? Chez Bignon, avenue de l'Opéra. A ver el menú. Le narraba una de esas pequeñas cenas deliciosas en que todo es delicado, y luego, en venganza, le hacía contar una soirée en casa de algún embajador en Viena.

Pero casi todas, para no romper enteramente con la majestuosa tradición, habían añadido al faldellín de moda una cola estrecha y aguda como una lengua, que seguía sus pasos. Una dama salió al encuentro de Lubimoff, y éste tardó en reconocerla. ¡Hacía tantos años que no había visto á Alicia vestida de soirée!