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Dos años hace era tan robusto como usted, pero sus enemigos consiguieron enviarle á Balábak para trabajar en una compañía disciplinaria y allí le tiene usted con un reumatismo y un paludismo que le lleva á la tumba. El infeliz se había casado con una hermosísima mujer... Y como un coche vacío pasase, Simoun lo paró y con Plácido se hizo conducir á su casa de la calle de la Escolta.

Sin haber nacido cruel, mi corazon no amaba las criaturas vivientes, hubiera querido encontrar una horrible soledad, pero no formarmela yo mismo; queria ser como el salvage Simoun que solo habita el desierto, y cuyo soplo devorador no trastorna sino una mar de aridas arenas en donde su furor no es funesto a ningun arbolillo: no busca la morada de los hombres, pero es muy terrible para los que vienen a arrostrarlo.

Al contrario, repuso Basilio; si el conocimiento del castellano nos puede unir al gobierno, ¡en cambio puede unir tambien á todas las islas entre ! ¡Error craso! interrumpió Simoun; os dejais engañar por grandes palabras y nunca vais al fondo de las cosas á examinar los efectos en sus últimas manifestaciones.

¡El mundo aplaudirá como siempre, dando la razon al más fuerte, al más violento! contestó con su sonrisa cruel Simoun.

¡Estése usted preparado! le dijo Simoun. ¡Siempre lo estoy! ¡Para la semana que viene! ¿Ya? ¡Al primer cañonazo! Y se alejó seguido de Plácido que empezaba á preguntarse si no soñaba. ¿Le sorprende á usted, preguntóle Simoun, ver á un español tan joven y tan maltratado por las enfermedades?

El P. Salví se encogió de hombros, y añadió con calma: No vale la pena pensar en lo que no puede suceder... Pero puesto que se habla de leyendas, no se olviden ustedes de la más bella por ser la más verdadera, la del milagro de S. Nicolas, las ruinas de cuyo templo habrán ustedes visto. Se la voy á contar al señor Simoun que no debe saberla.

¡Ah! esclamó Simoun, y cogiéndose la cabeza con ambas manos se quedó inmovil. Se acordaba de haber oido en efecto el toque de agonías mientras rondaba en los alrededores del convento. ¡Muerta! murmuró en voz tan baja como si hablase una sombra, ¡muerta! muerta sin haberla visto, muerta sin saber que vivía por ella, muerta sufriendo...

¡Qué hombre más singular es este Simoun, qué ocurrencias tiene! dijo el P. Irene riendo.

En medio del silencio que reinaba en la casa, turbado solo por alguno que otro debil ronquido que partía del vecino aposento, Basilio oyó pasos ligeros en las escaleras, pasos que cruzaron despues la caida dirigiéndose á donde él estaba. Levantó la cabeza, vió abrirse la puerta y con gran sorpresa suya, aparecer la figura sombría del joyero Simoun.

Este es el collar de Cleopatra, dijo Simoun sacando con mucho cuidado una caja plana en forma de media luna; es una joya que no se puede tasar, un objeto de museo, solo para los gobiernos ricos.