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Actualizado: 30 de septiembre de 2025


Aspire usted esos puros espíritus, alma de estas flores silvestres, sus hermanas en pureza. Cójalas usted, si le place, señora: no desean otra cosa las pobres. Son un poco agrestes, no hay duda; mas, ¡tienen tal suavidad! En su virginal perfume se encierra el raro misterio de calmar y consolidar. No tema colocarlas sobre su regazo, al lado del corazón.

La llanura esparcíase hasta las montañas que, esfumadas por la distancia, cerraban el horizonte; inculta, salvaje, con la solemnidad monótona de la tierra abandonada. Los hierbajos cubrían el suelo en apretadas marañas, matizando la primavera su verde oscuro con el blanco y el rojo de las flores silvestres.

Dando muestras de franca simpatía, le hizo lugar en su elevado trono, y con aire hospitalario y aun de protección, con ser el maestro tan terriblemente serio, le colmó de piñones y frutas silvestres.

¡Dale!... ¿Y qué gusto le encuentras a las moras silvestres?... ¡Caprichosa!... ¿no te he dicho que eso es más propio de los chicuelos holgazanes del campo que de una señorita criada en la buena sociedad?... criada en la buena sociedad? La Nela vio acercarse con grave paso al que esto decía.

El fuerte olor del vino derramado y de los platos sobrantes caídos en un rincón, mezclábase con el hedor de petróleo de los quinqués. Las muchachas, enrojecidas por la digestión, respiraban con dificultad y se aflojaban los cuerpos de sus vestidos, desabrochándose el pecho. Lejos de la vigilancia de los manijeros y trastornadas por el vino, olvidaban sus remilgos de vírgenes silvestres.

Era un monumento casi en ruinas, un convento de melodrama, lúgubre y misterioso, en cuyos claustros acampaban vagabundos y mendigos. Para entrar en él era preciso atravesar el cementerio de los frailes, con sus fosas removidas por las raíces de las plantas silvestres, que sacaban los huesos a flor de tierra.

Como era un aventurero, calculó que podía contraer enlace conmigo, teniendo en cuenta que era la única heredera de esas grandes riquezas. Hacía un mes que nos conocíamos, cuando, inesperadamente, llegó Dawson de Italia, parando con nosotros en Mayvill, durante unos pocos días, y una tarde que andaba cazando pichones silvestres, nos vio paseando juntos por la orilla del bosque que rodea el parque.

Así el dicho hermano; y yo en prueba de todo lo que él dice, quiero apuntar algunos casos en particular. Díjome, no ha mucho, un Padre qué fué Superior de aquellas Reducciones, que por muchos meses no tuvo otra cosa de qué sustentarse, sino raíces de yerbas, y faltándole éstas también, acosado de la hambre, se vió precisado á andar en busca de frutas silvestres.

Las mejores son las que se arrancan a mano del árbol; siguiéndolas en valor las que se recogen de su pie después de caídas, naturalmente, y las menos estimadas son las silvestres.

Por esto debe ser puesto entre lo más precioso que han hablado nuestros personajes, y reproducido con integridad para que sea edificación de nuestros lectores, como lo fue de Doña Hermenegilda, que tuvo el honor de hallarse presente en aquel palique. Una tarde, después de comer, hicieron ambos elogios muy ardientes de un exquisito guisado de palomas silvestres que les puso Doña Hermenegilda.

Palabra del Dia

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