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Actualizado: 1 de julio de 2025


Feli le consultaba con inocente confianza, como si estuviese en presencia de una comadre del barrio. El señor Vicente no era un hombre: la locura religiosa le excluía del sexo. Se lamentaba al hablar con él de la inquietante hinchazón de su vientre. Le comunicaba su terror. ¿Era aquello natural?... ¿Qué opinaba el buen hermano?

Como en todos los hombres alejados del trato de mujeres, dedicados exclusivamente al estudio, la visión del sexo y el reconocimiento de la ley divina del amor fueron vivos e intensos. Al día siguiente de la visita de Clementina ya quería que Aurelia se la pagase, manifestando por supuesto tal deseo tímidamente y con palabras embozadas.

En cambio, los hombres, derribados de su antiguo despotismo y sometidos á la esclavitud dulce y cariñosa que merece el sexo débil, eran dentro de su casa la «esposa» ó la «hija», y en la vida exterior, la «señora» ó la «señorita».

Después me habló de la torre que se veía muy bien desde allí, y lo que sobre ella me dijo, por convenir en todo o en gran parte a otras muchas semejantes de la Montaña, merece los honores de no ser olvidado. En el último piso se hallan ventanas más altas y adornadas, con asientos de piedra a los lados, que servirían a las castellanas y sus hijas o criadas para ocuparse en labores de su sexo.

Guardaba silencio la duquesa, que, como mujer de mucho mundo, sabía los peligros que rodean a su sexo, y callaba también el cura, pensando que era excusado hablar cuando todos debían suponer que sólo en nombre de la misericordia podría hacerlo.

Hasta la mujer delira y se olvida de su sexo, vese poseída del frenesí que asalta á los demás espectadores. Cuando todo ha terminado, la más bella mitad del género humano lanza un suspiro rendida de fatiga, mas no satisfecha, y exclama al abandonar aquel sitio: «¡Cómo!, ¿y para esto hemos venidoEl derecho del mar.

Ante tenía a uno de estos hombres a quien su sexo califica en términos vagos de simpáticos, esto es, correcto en todos los superficiales accesorios de moda, vestido, ademanes y de figura agradable.

Estos actos de despotismo habíanle granjeado la animadversión de los clérigos afrancesados y del sexo femenino. A D. Miguel le daba un ardite por tal animadversión. El goce de su vida no era ser querido o admirado, sino hacer en todo tiempo y ocasión su voluntad.

En la práctica se observa que es muy conveniente á los temperamentos melancólicos, venosos, con constitucion gastada por los abusos de la mesa. Corresponde principalmente al sexo femenino ó al hombre en la edad madura y en la vejez.

Pero como durante los luengos siglos de tiranía varonil todos los cargos y todas las funciones dignas de respeto habían sido designadas masculinamente, la Verdadera Revolución creyó necesario después de su victoria conservar las antiguas denominaciones gramaticales, cambiando únicamente el sexo á que se aplicaban.

Palabra del Dia

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