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Actualizado: 21 de julio de 2025
Ha pronunciado frases, muchas frases; pero ideas razonables y serias he hallado muy pocas. En primer lugar, este caballerito nos habla de su matrimonio con la desdichada hija de doña Tula como de cosa resuelta y juzgada, sin tener en cuenta que su madre puede reclamarla al instante y hacerse cargo de ella en tanto no cumpla los veinte años.
Ya lo creo que es preciso... Poquito que había yo hecho ya. ¡Vaya que la formalidad de usted...! Ambas se pusieron muy serias. Notaban en Moreno palidez mortal, gran abatimiento, y un cierto olvido, extraño en él, de la atención constante que se debe prestar a las señoras cuando se platica con ellas.
En efecto, el señor Tibet, dotado por naturaleza de ingenioso humorismo y excitado además por los brillantes ojos de las muchachas Jonnes, se portó de una manera tal, que atrajo las serias miradas de don Carlos Tomás, quien se le acercó, diciendo casi al oído: Parece que se siente usted malo, señor Tibet; permítame que le conduzca a su carruaje.
Desde que hay filosofía, es decir, desde que los hombres reflexionan sobre sí mismos y sobre los seres que los rodean, se han agitado cuestiones que tienen por objeto la base en que estriban los conocimientos humanos: esto prueba que hay aquí dificultades serias.
Una mujer ofendida chilla más que una rata salida del caño... Luego que me dió el aire entendí que había hecho mal en sofocarme, porque tú, aunque un poco sin vergüenza, siempre te has portado como buen amigo y serías un sujeto á pedir de boca... si te dieran las viruelas.
No, te he hecho venir tan temprano porque durante el día no estamos nunca solos y quiero hablarte... Siéntate... Principiaré por decirte que no estoy descontenta de tu grande hombre... el pintor... un poco corto, un poco tímido... ¡pero en estos hombres de talento hay siempre un encanto!... Y ahora hablemos de cosas serias... ¿Qué... piensas de matrimonio?... Vamos, ¿qué te han parecido mis niñas?
Un marido un poco calavera, algo donjuanesco, un poco embrollón en sus justificaciones, tiene para ellas una seducción misteriosa. Son imaginaciones perturbadas, una manera de ser que no se vence con la educación ni con ninguna pedagogía. Ya ves que para una de éstas tú no serías un modelo, aunque para mí lo eres, que es lo principal.
Esto se decía pronto, pero hacerlo ofrecía serias dificultades. ¿A dónde daba el balcón del tocador? Al parque. ¿Cómo se podía entrar en el parque? Por la puerta. ¿Pero quién tenía la llave de la puerta? Una, Frígilis; con esta no había que contar. ¿Y la otra? Don Víctor.
Tal vez el presentimiento de que usted vendría: los recuerdos de aquellas tardes en que usted estaba arriba, sentadito e inmóvil como un bobo, escuchándome... Pero no vaya usted a creer, señor diputado, que todo es aquí juego con las gallinas y pereza campestre. Han entretenido mi soledad de este invierno cosas más serias. He hecho en la casa grandes obras.
El éxito del número primero, como era de esperar, fué prodigioso. El artículo de Sinforoso, la sabia disertación de don Jerónimo de la Fuente, las gacetillas y hasta los versos de Periquito, todo fué leído y justamente celebrado. Pero lo que preferentemente llamó la atención de las personas serias y causó en ellas honda impresión, fué el artículo de don Rosendo Nuestros propósitos.
Palabra del Dia
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