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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El arabesco tocaba con la alegoría y el dibujo natural fantástico por un lado, y por el otro con el arte de Iturzaeta. En cosas así pensaba Reyes una tarde, cerca del crepúsculo, en el cuarto no muy lujoso ni ancho que Serafina Gorgheggi ocupaba en la fonda dependiente del café de la Oliva, piso tercero de la casa.
Para ello acude a Serafina, que está muy frescachona y floreciente y que sigue tan regocijada como en su primera juventud. En las barbas de don Alvaro se pone el bellaco de Calvete a retozar amorosamente con Serafina; y don Alvaro, fuera de sí, con espumarajos en la boca, grita como un energúmeno: ¡Ta, ta, ta, ta, ta!
Cuando el futuro padre vio aquellos pliegos en que se aludía al próximo alumbramiento de su mujer, y se aludía con misteriosas oscuridades, que no eran contestación a nada de lo que él había escrito, y más parecían malicias inextricables, sintió hasta repugnancia moral, y cortó por lo sano. Dejó de escribir a Serafina. «Así como así, todo aquello tenía que concluir pronto.
Por otra parte, seducción, tal vez mayor para ella, era en Serafina la mujer de vida irregular, la mujer perdida... pero perdida en grande.
Para que doña Inés se entretuviese en su soledad o en compañía de Juanita la Larga, dio don Andrés a Serafina dos bellísimos libros devotos que acababan de reimprimirse en Madrid, y que el librero Fe le enviaba, sabedor de las inclinaciones ascéticas y místicas de la señora principal de Villalegre.
La Gorgheggi extendió un brazo y señaló a lo alto, hacia el coro: Del organista. ¡Ah! exclamó Bonis, como si hubiera sentido a su amada envenenarle la boca al darle un beso.... Se separó del altar; se afirmó bien sobre los pies; sonrió como estaba sonriendo San Sebastián, allí cerca, acribillado de flechas. Serafina..., te lo perdono..., porque a ti debo perdonártelo todo.... Mi hijo es mi hijo.
Y Emma acabó de perder el juicio cuando Serafina, poniéndose el abanico en la frente, exclamó: ¡Ah! ¡Sí, sí! ¡Finalmente!... ¡Eccola qui!... Yo me decía: esta señora... esta señora de Reyes... yo... la he visto, la he visto, vamos, de otro modo, en otros días... muy lejos.... Y de repente, ahora, un gesto, ese gesto de le... sopraciglie... me la pone delante. ¡Oh, sí, absolutamente la misma!
Y aquí, al recordar la voz que él había adorado, Bonis estuvo a punto de llorar también. Mas el rostro de Serafina volvió a asustarle.
Quiso continuar, pero no pudo; cayó sobre su silla como un saco, y Serafina, orgullosa de aquella oratoria inesperada y de la discreción con que su amante se abstuvo de aludirla, le felicita con un apretón de manos y otro de pies más enérgico.
Para conocer bien esta historia contemporánea y local y ejercer sobre los hechos la más severa crítica, se valía doña Inés de diferentes medios, siendo el más importante una criada antigua, que hacía recados, que entraba y salía por todas partes y que se llamaba Crispina, émula en su favor y privanza de Serafina, la doncella.
Palabra del Dia
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