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Así ataviada, y en todo semejante a una avispa, la gentil muchacha anduvo largo rato por un pasillo, hasta que, viendo a don Quintín sentado bajo el mechero de gas y enfrascado en la lectura, se le acercó y le dijo, aludiendo al periódico que tenía en las manos: Si ve usted en los anuncios que alguien busque casa para vivir en compañía, dígamelo usted, que tengo un gabinete muy mono.

Sentado junto a ella mientras Zoraida, en el piano, ejecutaba una sonata, interrumpió de pronto la conversación que sostenían sobre un tema trivial, para preguntarle, con una voz humilde, si acaso tenía contra él algún motivo de resentimiento. Adriana le miró con asombro.

Una lámpara de siete mecheros, puesta sobre un trípode o candelabro de bronce, ilumina la estancia. Puertas al fondo y a los lados. PROCLO, de edad de cincuenta años, seco, escuálido, consumido por vigilias, ayunos, estudios y mortificaciones, aparece sentado en un sitial. Su discípulo, MARINO, está de pié, junto a él. MARINO. ¡Maestro! ¿Estás decidido a recibir esta noche? PROCLO. Lo estoy.

No, no lo creo... ¡y me gustaría tanto amar!... ¡Oh, , me gustaría tanto!... A la misma hora en que estas reflexiones cruzaban por la linda cabeza de Bettina, Juan, solo en su gabinete de estudio, sentado ante el escritorio con un gran libro bajo la pantalla de la lámpara, repasaba, tomando notas, la historia de las campañas de Turena.

Fréitas dijo entonces: Será cierta la locura de Ruy Falero, mas yo os aseguro que el camarada que iba con él, y a quien conozco y trato desde hace años, tiene tan bien sentado el juicio que es muy difícil que le pierda, y es tan tenaz en sus propósitos y tan brioso y capaz de realizarlos, que no me pasmaría yo de que lo consiguiera.

Florentina no supo qué contestar. Estaba contrariada. Pablo no había visto al doctor ni a la Nela. Florentina para alejarle del sofá, se había dirigió hacia el balcón, y recogiendo algunos trozos de tela, se había sentado en ademán de ponerse a trabajar. Bañábala la risueña luz del sol, coloreando espléndidamente su costado izquierdo y dando a su hermosa tez moreno-rosa el realce más encantador.

Y ella respondió: Esta mujer me dijo: Da acá tu hijo, y comámoslo hoy, y mañana comeremos el mío. El día siguiente yo le dije: Da acá tu hijo, y comámoslo. Mas ella ha escondido su hijo. 31 Y él dijo: Así me haga Dios, y así me añada, si la cabeza de Eliseo hijo de Safat quedare sobre él hoy. 32 Y Eliseo sentado en su casa, y con él estaban sentados los ancianos; y el rey envió a él un varón.

La gente de Valencia que veraneaba allí miraba con curiosidad al viejo lobo de mar, sentado en un gran sillón bajo el toldo de listada lona que sombreaba la puerta de su casa.

No vale el jurarme que no había nadie. Pues qué, ¿no tengo yo oídos?... ¿Estoy yo tonto?». Decía esto sentado al borde del lecho, la vela en la mano, mirando a su mujer, que continuaba fingiéndose dormida, con la esperanza de que se aplacara. Pero esto no era fácil, y una vez desatada la insana manía, ya había jaqueca para un rato.

Ayer el glorioso invasor , recorriendo tal vez segun su costumbre las obras, rodeado de sus consejeros y favoritos, se entregaba á la vanagloria de un éxito venturoso; ¡y hoy cunde por toda la ciudad la siniestra noticia de que el hijo de los Califas tiene sentado á su cabecera al ángel de la muerte!