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Actualizado: 15 de junio de 2025


Martín Seguí, Notario, Escribano Mayor de la Curia Civil y del Juzgado de bienes confiscados.

Nadé más de una hora, experimentando un placer indecible, y vistiéndome luego, seguí mi paseo hacia el barrio de la Viña, en cuyas edificantes tabernas encontré algunos de los más célebres perdidos de mi glorioso tiempo. Hablando con ellos, yo me las echaba de hombre de pro, y como tal gasté en obsequiarles los pocos cuartos que tenía.

La muchacha me miró extrañada, preguntándose, sin duda, por qué le dirigía estas cuestiones. Yo seguí el interrogatorio. Digo si tienes confianza en . Si crees que soy un hombre malo. ¡Un hombre malo! No; no, señor. ¿Entonces, tienes confianza en ? ¿No crees que yo te quiera hacer daño? No; no, señor; yo no he dicho eso.

Avergonzado de mi ridícula jactancia, y muy embarazado por las curiosas miradas que sobre había atraído, me incliné torpemente sin responder. Nuestro whist se acabó en un silencio profundo. Eran las diez, y me preparaba á retirarme, cuando la señorita de Porhoet me tocó el brazo. El señor intendente dijo, me hará el honor de acompañarme hasta la avenida. La saludé y la seguí.

A las cuatro de la tarde seguí por el Rio de Jujuy, y á poco trecho me salieron como unos 100 Mataguayos de la reduccion de Centa, y dándoles unas regalias me despedí de ellos. el rio vueltas de naciente á poniente, y sus orillas pobladas de sauces y montes: habiendo andado 7 leguas, paramos entre unos sauces al lado del poniente.

Entonces, pruebe con el rey de un palo, con el ocho de otro, la sota de otro... y así con los demás indicó Hales, agachándose con vivo interés sobre las pequeñas cartas. Sin pérdida de tiempo seguí su consejo, y cuidadosamente volví a colocarlas de la manera que había dicho.

»A se me ocurrían muchas cosas que decir a propósito de estas juiciosas ideas de mi madre, que parecía no acordarse de que habían sido sus enormes despilfarros la causa principal del desastre de que se lamentaba. Pero seguí callando y oyendo, hasta ver en qué paraban sus reflexiones y sus planes.

¿Y V. por qué ha hecho eso? le pregunté con la falta de delicadeza, mejor dicho, con la brutalidad de que solemos estar tan bien provistos los caballeros. Por nada repuso desprendiéndose de mi brazo repentinamente y echando a correr. La seguí y la alcancé pronto. ¡Qué polvorilla es V.! le dije echándolo a broma ¡Vaya un modo de despedirse!... Perdón si la he ofendido...

Me detuve un instante, y seguí con mirada curiosa a la encantadora señorita, deslumbrado a veces por el reflejo del sol poniente que centelleaba en las brillantes ruedas del carruaje. Acudí con toda puntualidad a la cita del abogado. Aguardé en la esquina próxima la hora señalada, y al sonar ésta en el reloj de la Parroquia me presenté en el despacho.

Ya no seguí, pues, la calle de las Infantas como acostumbraba después de almorzar, ni aun para ir á la de Valverde, donde vivían unos amigos. Por la noche, después de comer, como no había peligro de ver á Teresa, la cruzaba velozmente y sin echar una mirada á la casa.

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