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Actualizado: 23 de junio de 2025
Un instante después, mientras el carruaje corría camino de Madrid, no pudo contener la risa pensando: «Pobrecito niño... ¡jurar en falso! ¡Válgame María Santísima!... aunque no es mío, no quisiera que le sucediese cosa mala. ¡Angelito de su madre!»
»Pues cate usted ahí, que de repente, y sin que nadie se lo mandase, suenan a la par más de mil instrumentos, trompetas, pitos y unos violines tamaños como confesonarios, que se tocaban para abajo. ¡María Santísima, y qué atolondro!, yo di una encogida que fue floja en gracia de Dios. Pero ¿de dónde salió tanto músico? preguntó su madre. ¿Qué sé yo?, habría leva de ciegos por toda España.
Vengo en un credo. El viejo salió de la sala, como si su comisión le hubiera quitado de encima la mitad del peso de sus años; y la presidenta del duelo, después de ponerse la mantilla y de dar á su fisonomía el aire de compunción de que la había despojado durante la última escena, cuadróse en medio de la reunión, fijó la vista en el suelo y dijo en tono plañidero: Una Salve á la Santísima Virgen del Mar.
Continuaba dando a la hermosura física cierta soberanía augusta; seguía llena de supersticiones y adorando en la Santísima Virgen como un compendio de todas las bellezas naturales; haciendo de esta persona la ley moral, y rematando su sistema con las más extrañas ideas respecto a la muerte y la vida futura.
¡María Santísima, San José bendito, qué comentarios, qué febril curiosidad, qué ansia de investigar y sorprender los propósitos del buen D. Carlos! En los primeros momentos, la misma intensidad de la sorpresa privó a todos de la palabra. Por los rincones del cerebro de cada cual andaba la procesión... dudas, temores, envidia, curiosidad ardiente.
Esperaron hasta el sábado, víspera de la Santísima Trinidad, en que vino el principal que faltaba, y era chupador y hechicero. Entró dando gritos en su pueblo y plaza, diciendo que él era dios de aquellas tierras y pueblo y que fuesen los Padres donde él estaba.
Pero la vieja habia dado á nuestro buen Vesfaliano una espada con el vestido completo que hemos dicho: desenvaynóla Candido, y derribó en el suelo al Israelita muerto, puesto que fuese de la mas mansa índole. ¡Virgen Santísima! exclamó la hermosa Cunegunda; ¿qué será de nosotros? ¡Un hombre muerto en mi casa! Si viene la justicia, soy perdida.
El Señor me lo perdone... El bebía y hacía cosas peores; yo le hablaba, sin aceptar sus obsequios, sin hacer caso de sus blasfemias, esperando que estuviese bien borracho para ver si de este modo podía meterlo en una iglesia y que oyese una misa, una tan sólo, con la esperanza de que Dios y su Santísima Madre me habían de ayudar, tocándole el corazón. ¡Y costó, pero llegó!
En cuanto suegro y yerno cambiaron los primeros saludos, consagrando algunas palabras a las familias ausentes, la conversación recayó sobre la batalla: mi amo contó lo ocurrido en el Santísima Trinidad, y después añadió: «Pero nadie me dice a punto fijo dónde está Gravina. ¿Ha caído prisionero, o se retiró a Cádiz?
Ganaba el 2 por 100 de comisión por lo que vendía. ¡María Santísima, qué vida más deliciosa y qué bien hizo en adoptarla, porque cosa más adecuada a su temperamento no se podía imaginar! Aquel correr continuo, aquel entrar por diversas puertas, aquel saludar en la calle a cincuenta personas y preguntarles por la familia era su vida, y todo lo demás era muerte.
Palabra del Dia
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