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Actualizado: 16 de junio de 2025


Sus antiguos camaradas del hospital le habían llamado, por este motivo, la llave de los corazones. Yo de una casa donde se le llama, y no sin motivo, la tumba de los secretos. Sus jóvenes clientes del faubourg Saint-Germain le reprochaban el que visitase todas las noches el escenario de la Opera y le llamaban mata ratas.

Todas ellas fingiendo cumplir un deber de cortesía con ustedes al visitarlos, se agarran a esa ocasión para darse pisto entre las gentes de la villa y meterles a ustedes sus trapitos por los ojos... Cuando concluya esta tanda, empezará la de las otras, el Faubourg Saint-Germain de aquí, «nuestra vieja aristocracia», como si dijéramos, los Carreños de abajo y los Vélez de arriba, que es ya lo único que nos queda de esa clase, y bastante averiado por cierto.

Maese Alfredo L'Ambert se dirige, completamente solo, hacia su carruaje, que le aguarda en el bulevar; y a la luz de un farol lee, encogiéndose de hombros, esta tarjeta de visita, salpicada de sangre: AYVAZ-BEY Calle de Granelle Saint-Germain, 100.

Hizo el camino a pie, invirtiendo en él diez jornadas, y llegó fresco y dispuesto a trabajar, con catorce francos y medio en el bolsillo, y los zapatos sin estrenar, en la mano. Dos días más tarde, rodaba un tonel por el faubourg de Saint-Germain, en compañía de otro camarada que no podía ya subir las escaleras, porque se había relajado.

París, Librairie Hachette et Cie., 79, Boulevard Saint-Germain, 1884. El amigo Manso. Traducción de Julien Lugol. París, Librairie Hachette et Cie., 79, Boulevard Saint-Germain, 1888. Misericordia. Traducción de Maurice Bixio. París, Librairie Hachette. 1900. EN ALEMÁN: Doña Perfecta. Dos tomos, traducción de J. Reichell. Dresde y Leipzig, Pierson's Verlag, 1886. Electra.

Las islas Jónicas son el faubourg Saint-Germain de Oriente; allí encontraréis las grandes virtudes y las pequeñas extravagancias de la nobleza, orgullo, dignidad, pobreza decente y laboriosa, y una cierta elegancia en la vida más humilde. Al propietario de la villa, el señor conde Dandolo, no le hubieran podido reprochar nada sus antepasados los dux.

M. L'Ambert aceptó, con el humor que pueda suponerse cualquiera, la mano que le tendía su rival, y se hizo conducir al faubourg Saint-Germain en compañía de sus dos amigos. DONDE DEFIENDE EL NOTARIO SU PELLEJO CON MÁS

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