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Esta comedia fué calificada entre las obras mejores de este género del teatro español, en la época en que se creyó que la belleza y la cualidad principal de una buena comedia había de consistir en la censura acertada de ciertos vicios y flaquezas humanas: pero las ideas estéticas actuales, hoy más exigentes que entonces, no pueden confirmar ese juicio, celebrando á lo más la gracia de algunas situaciones y la elegancia de la locución: sólo el carácter del sórdido avaro Don Marcos, decuplicado Harpagón, puede mover disgusto.

La hueste mendicante, con estremecimientos humildes, con un gesto sórdido, se agrupa en torno del hogar. Benita la Costurera asoma en la puerta y murmura la rancia salutación. ¡Alabado sea Dios! ¡Por siempre bendito y alabado! ¿No está Andreíña? Agora vuelve. ¿Dónde anda? Salió a un enredo. Lo mismo tiene que seas . En un vuelo vas al horno de la Curuja... Es mandato del Señor Don Juan Manuel.

El Sr. de Figueredo, sin embargo, era entonces un personaje muy distinto del que más tarde fue. Sin dejar de enriquecerse, acometiendo, movido por la codicia, las más atrevidas empresas, debía principalmente sus grandes bienes de fortuna a una economía tan severa que rayaba en lo sórdido, y al ejercicio de la usura prestando dinero sobre buenas hipotecas y a interés muy alto.

El amor a la gloria venció de nuevo al sórdido interés, y lo entregamos graciosamente a los desvergonzados pilluelos, que se reían de nuestra inexperiencia. Tales sacrificios estaban compensados por ciertos deleites no comprendidos sino de quien los haya experimentado.

Esto hace sospechar que, aunque Mariana fuese un prodigio de actividad y de orden, no consentiría tampoco en abandonar la dirección de los asuntos interiores como de los exteriores. Su carácter receloso y sórdido le hacía preferir siempre el trabajo al descanso. Quisiera tener cien ojos para ponerlos todos sobre los objetos de su pertenencia.

Las alboradas. No podía haber encontrado Barret peor amo. Gozaba en toda la huerta una fama detestable, pues rara era la partida de ella donde no tuviese tierras. Todas las tardes, envuelto en una vieja capa, que llevaba hasta en primavera, con aspecto sórdido de mendigo, y acompañado de las maldiciones y gestos hostiles que dejaba á su espalda, iba por las sendas visitando á los colonos.

El jefe del Estado se instalaba en la Prefectura, los ministerios quedaban establecidos en escuelas y museos; dos teatros eran habilitados para las futuras reuniones del Senado y la Cámara popular. Julio encontró un hotel sórdido y equívoco en el fondo de un callejón humedecido constantemente por los transeúntes. Un amorcillo adornaba los cristales de la puerta.