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Soy ciego, , señor añadió el joven ; pero sin vista recorrer de un cabo a otro las minas de Socartes. El palo que uso me impide tropezar, y Choto me acompaña, cuando no lo hace la Nela, que es mi lazarillo. Con que sígame usted y déjese llevar. Guiado ¿Ciego de nacimiento? dijo Golfín con vivo interés que no era sólo inspirado por la compasión.

26 El que me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Al que me sirviere, mi Padre le honrará. 27 Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora; mas por esto he venido en esta hora. 28 Padre, clarifica tu Nombre. Entonces vino una voz del cielo: Y lo he clarificado, y lo clarificaré otra vez.

Pero la debilidad hubiera producido un efecto todavía más deplorable. Si creían meterle miedo, la insolencia de aquellos miserables no tendría ya límites. Esta vacilación no duró más que un relámpago. Un hombre de buena voluntad para una misión peligrosa dijo Carlos muy tranquilo. Todos dieron un paso adelante. ¡Ragasse! gritó el capitán en tono breve. Presente. Sígame usted.

Agapo se adelantó, a fin de evitar la luz del farol, y dirigióse a don Pablo, que no se movía, en el umbral del comedor. Tengo que hablarle díjole rápidamente, sígame, afuera, en la calle. El bastón cayó de las manos temblorosas de don Pablo Aquiles... Misia Casilda se había precipitado al atorrante, y le obligó a entrar y a ponerse delante de la luz, que quería evitar.

Sígame Vd. y calle: si quiere hacerlo por buenas, se lo agradeceré; si no... después hablaremos, o podrá usted resolver lo que guste. Doña Martina comprendió que convenía ceder. Si se oponía obstinadamente al capricho de Paz, nada lograría en aquel momento; y si luego contaba lo sucedido a su padre, de fijo, enemistada ya con la señorita, ésta la haría saltar pronto de la casa.

Por fortuna, no hay bien ni mal que cien años dure; alguno ha de hablar conmigo, que no han de tenerme emparedado, y entonces ya sabré yo lo que me pasa, más por lo que no me digan que por lo que me quieran decir. Interrumpió á Quevedo el ruido de una llave en una cerradura, sintió pasos y una voz desconocida que le dijo: Sígame vuesa merced, señor don Francisco de Quevedo y Villegas.

23 Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de , niéguese a mismo, y tome su madero cada día, y sígame. 24 Porque cualquiera que quisiere salvar su alma, la perderá; y cualquiera que perdiere su alma por causa de , éste la salvará. 25 Porque ¿qué aprovecha al hombre, si ganare todo el mundo, habiendo destruido a si mismo, o habiendo sido perdido?

Sígame, pues, el que quisiere, que yo os suplico, y Carino y Solercio os lo ruegan, que bien que no me han de dejar en esta valerosa empresa."