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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Pasó un año, y emperador, corte y país conocían como cosa de sí mismos cada gorjeo y vuelta del «pájaro continental»; y como que lo podían entender, lo declaraban magnífico ruiseñor. Cantaban su vals los cortesanos todos. Y los chicuelos de la calle. Y el emperador lo cantaba también, y lo bailaba, cuando estaba solo con su vino de arroz.
¡Oh, por lo que he oído!... añadió lanzando una carcajada que resonó como el trino de un ruiseñor. Oliverio es un charlatán exclamé. De ninguna manera charlatán. Ha hecho bien en advertírmelo; sin él le atribuiría a usted una pasión desgraciada, y ahora ya sé lo que le preocupa: se trata de rimas añadió cargando la voz sobre la última palabra, que resonó de lejos como una alegre impertinencia.
La Gorgheggi era un ruiseñor; y además, ¡qué guapa, qué amable, qué atenta con el público, qué agradecida a los aplausos!». Sí que era guapa; era una inglesa traducida por su amigo Mochi al italiano, dulce y de movimientos suaves, de ojos claros y serenos, blanca y fuerte; tenía una frente de puras líneas, que lucía modestamente, con un peinado original, en que el cabello, de castaño claro y en ondas, servía de marco sencillo a aquella blancura pálida, en que, hasta de día, como pensaba Bonifacio, parecía haber reflejos de la luna.
También es poeta: lleva ganadas no sé cuántas rosas naturales y englantinas de oro en Juegos Florales; pero siempre en catalán, porque este ruiseñor es mudo cuando se sale del jardín de su tierra. Una fiera, amigo mío, para asuntos de dinero. Le aconsejo que no se meta a luchar con este camarada poético en un certamen de tanto por ciento, porque de seguro que le roba hasta la lira.
Vive del sentimiento, ama la noche, y si los aromas fueran música, el jazmín seria el ruiseñor. Fijemos la vista en las gallardas peonías. No se necesitan ciertamente anteojos para verlas, según son de abultadas y presumidas.
Avanzó hasta el medio de la calle y despojándose de la montera y agitándola en la mano como si fuese á brindar la muerte de un toro profirió dirigiéndose á Demetria: Bendita sea tu sandunga, chiquita, y el cura que te puso la sal y la comadre que te cantó el ro ro y hasta el primero que te dijo ¡por ahí te pudras, serrana! ¡Bendito sea tu salero y esos negros bozales que tienes en la cara que cuando los veo me hace pío pío el alma como si tuviese escondido un ruiseñor aquí dentro!
Palabra del Dia
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