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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Y miraban con simpatía casi amorosa a los soldados que pasaban por la calle. ¡Mardito seáis ustedes, señoritos! rugían las míseras hembras en su desesperación. Quiera Dios que algún día mandemos los probes...

, señor; me llevé el corsé gimió con su rudo acento de campesino . Tenía hambre... vine a Madrid con mi padre... buscábamos trabajo. No lo haré más, señor... yo soy bueno. Las grotescas contorsiones del Paleto, sus gemidos, provocaron una hilaridad bárbara en todas las puertas. ¡Uuú! ¡uuú! rugían los golfos, burlándose del arrepentimiento y el miedo del Paleto.

Amenazaban, rugían; pero los dichosos, sumidos en dulce sueño, no podían oír sus amenazas y sus rugidos.

Los clientes rugían de risa, seducidos por esta gracia escatológica, y reparaban menos en la cuenta de honorarios. ¡Famoso don Esteban!... Por el placer de oírle habrían hecho una escritura todos los meses. El futuro destino del príncipe de la notaría era objeto de las conversaciones de sobremesa en días señalados, cuando estaba invitado el poeta. ¿Qué deseas ser? preguntaba Labarta á su ahijado.

Se agitó la muchedumbre en la calle de las Sierpes con alegre curiosidad. Los «pasos» de la Macarena, formando ahora compacta procesión, avanzaban acompañados de una banda de música. Redoblaban con furia los tambores, rugían las trompetas, gritaba el bullicioso tropel de los «macarenos», y la gente subíase en las sillas para ver mejor el ruidoso y lento desfile.

Los grandes cañones rugían con intervalos de grave pausa. Estas jaurías de acero gritaban incesantemente, sin abrir el más leve paréntesis en su cólera ruidosa, igual al rasgón de una tela que se parte sin fin. Las piezas eran muchas, los disparos vertiginosos, y las detonaciones se confundían en una sola, como las series de puntos se unen formando una línea compacta.

Sus buques permanecían encadenados un año entero en los puertos de Aulide por miedo á la hostilidad de la atmósfera, y para aplacar á las divinidades del Mediterráneo sacrificaban la vida de una virgen. Todo era peligro y misterio en el reino de las ondas. Los abismos rugían, los peñascos ladraban, los escollos eran sirenas cantoras que iban atrayendo con su música á las naves para despedazarlas.

¡Fusiles! rugían mirándose unos a otros, como si pudieran proporcionárselos . ¡Ay, si tuviéramos fusiles!... Y había en su gesto una expresión heroica, la resolución de morir matando, de perseguir a los enemigos hasta el centro de Madrid. A falta de armas, recogían del suelo las piedras, los cascotes, los pedazos de lata, los zapatos viejos, arrojando una lluvia de proyectiles sobre la policía.

¡Sinvergüenzas! replicaban furiosas las campesinas. ¡Servilonas, carlistas! contestaban las ciudadanas, ya en actitud agresiva. ¡Malvadas, que echades contra Dios! rugían las insultadas. Y en medio del tumulto se oía el agudísimo ¡ayyy!, de una mujer, a la cual manos furibundas intentaban arrancar de un solo tirón la trenza entera de sus cabellos.

La vista de este cambio instantáneo de su propiedad le impresionó más que los estragos causados por la muerte. Se dió cuenta del horror de las fuerzas ciegas é implacables que rugían en torno de él.

Palabra del Dia

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