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Pero diréisme que un lunar es bello, Y en blanco seno fúnebre crespon, O en negros rizos un jazmin nevado Que en su contraste forma la ilusion. Pero no es bello el yuyo en los jardines, Ni negra sangre en grato rosicler, Ni las gotas de lodo salpicado Sobre túnica blanca de mujer.

La mujer era joven y gracioso su andar, pero mal podía vérsele el rostro, cubierto por tupido manto que sólo daba paso á la brillante mirada de unos ojos grandes y pardos y descubría uno ó dos rizos de negrísimo pelo.

No había más que notar cómo iba vestida a la catedral. «Estas señoras desacreditan la religión». Obdulia ostentaba una capota de terciopelo carmesí, debajo de la cual salían abundantes, como cascada de oro, rizos y más rizos de un rubio sucio, metálico, artificial. ¡Ocho días antes el Magistral había visto aquella cabeza a través de las celosías del confesonario completamente negra!

Tiene el pelo muy rubio, que le cae en rizos por la espalda, como en la lámina de los Hijos del Rey Eduardo, que el pícaro Gloucester hizo matar en la Torre de Londres, para hacerse él rey. A Bebé lo visten como al duquecito Fauntleroy, el que no tenía vergüenza de que lo vieran conversando en la calle con los niños pobres.

Petra se encargó de presidir el servicio de la mesa de aldea, aún vestida de aldeana del país, y colorada, echando chispas de oro de los rizos de la frente, y chispas de brasa de los ojos vivos, elocuentes, llenos de una alegría maligna que robaba los corazones de los aldeanos y de algunos clérigos rurales.

Sobre su pecho ostenta la crucecita de oro del capítulo. Caen por ambos lados de su gallarda cabeza, sus flotantes cabellos negros, y sobre éstos un velo de encaje menos negro aún que los rizos que orlan su cara, de un blanco mate pálido que resplandece mejor entre aquella oscuridad de colores.

Lo más característico en su persona eran los relucientes rizos aplastados por la bandolina, que cubrían su ancha frente como una cortinilla festoneada, y la costumbre de cruzar las manos sobre el vientre, luciendo en los dedos un surtidor de sortijas falsas.

Rabiosamente idealista, como pretendían demostrar sus rizos y su nariz, no podía tolerar que en una ficción novelesca entrasen damas que no fueran la misma hermosura, galanes que no fueran la caballerosidad en persona. Por eso, saliendo á defender los fueros del idealismo, tomó la palabra, y con áspera y chillona voz, me dijo: «¿Pero está usted loco? ¿Qué arte, qué ideal, qué estilo es ése?

Estaba ella sentada junto a una mesita de labor y todavía me parece verla inclinada la cabeza sobre un bordado, el rostro cubierto de la sombra de los rizos que adornaban su frente, envuelta en el reflejo rojizo de la luz de las lámparas.

Aquí y allá se detenía junto á un charco de agua dejado por la marea, y se ponía á mirarse en él como si fuera un espejo. Reflejábase en el charco la imagen de la niñita con brillantes y negros rizos y la sonrisa de un duendecillo, á la que Perla, no teniendo otra compañera con quien jugar, invitaba á que la tomara de la mano y diese una carrera con ella.