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Actualizado: 8 de octubre de 2025
Sólo admitió unos libritos de devoción, útiles para introducir, aun en gentes de poca ó ninguna conciencia, sentimientos de piedad cristiana, y para aumentar la estima y reverencia de la reina de los Ángeles, de quien era devotísimo. Hízose á la vela á 27 de Diciembre del año mismo de 711.
Ajustadas las cosas en esta forma, se pusieron en camino, y tuvieron no poco qué hacer, primero con un bosque espesísimo en que gastaron algunos días para abrirle, después con la hambre, no hallando con qué sustentarse, sino una fruta silvestre que sola la carestía de otro manjar hacía dulce y sabrosa; conocióse entonces la ternura de afecto y la reverencia que tenían los gentiles al P. Lucas, porque viéndole descaecido, y que por la suma flaqueza apenas se podía tener en pie, le buscaban á costa de gran trabajo, algún poco de miel, y se quitaban la comida de la boca para tener con qué mantenerle sus fuerzas.
Nueva reverencia, mientras sus ojos entornados se cosían cínicamente al rostro de Lucía, alumbrado por los moribundos tizones. No, espere usted gritó Artegui levantándose y asiéndole de una manga sin ceremonia, al ver que volvía la espalda.
Ya sabe usted lo que hemos convenido. Sólo lo hacemos por usted. Yo no puedo prosiguió Elías, haciendo una gran reverencia, yo no puedo decir á este muchacho que se quede en esta casa. Su conducta ha sido tan escandalosa, que no me atrevo....
A lo que respondió el ventero: -Pues bien puede leella su reverencia, porque le hago saber que algunos huéspedes que aquí la han leído les ha contentado mucho, y me la han pedido con muchas veras; mas yo no se la he querido dar, pensando volvérsela a quien aquí dejó esta maleta olvidada con estos libros y esos papeles; que bien puede ser que vuelva su dueño por aquí algún tiempo, y, aunque sé que me han de hacer falta los libros, a fe que se los he de volver: que, aunque ventero, todavía soy cristiano.
Poco antes de mediodía llegó, acompañado por otro empleado, el jefe de la correspondiente oficina del Registro Civil. Era un señor gordo, tieso, de cabello y bigotes grises, y cuya apostura digna parecía afirmar la importancia de la ceremonia que iba a realizarse. Al entrar en la sala hizo una gran reverencia.
Cortado entró la suya en el seno, y sacó una bolsilla, que mostraba haber sido de ámbar en los pasados tiempos; venía algo hinchada, y dijo: Con ésta me pagó su reverencia del estudiante, y con dos cuartos; mas tomadla vos, Rincón, por lo que puede suceder.
No abras la boca sino para decir mil pestes de las futuras Cortes, de la libertad de la imprenta, de la revolución francesa, y ten cuidado de hacer una reverencia cuando se nombre al rey, y de decir algo en latín al modo de conjuro siempre que citen a Bonaparte, a Robespierre o a otro monstruo cualquiera.
En el curso de la conversación había cruzado por delante de ellos un chico imberbe a quien Núñez saludó inclinándose muy reverente y quitándose el sombrero. A Tristán le sorprendió un poco aquel saludo aunque no dijo nada. Pero ahora, como cruzara otro jovenzuelo de diez y ocho a veinte años y Núñez volviese a inclinarse y saludar con la misma reverencia, no pudo ocultar su sorpresa.
Luego que acabara de leer los malhadados versos, guardó el cartapacio, descolgó de la nariz los anteojos, y envainando la espada, hizo otra profunda reverencia y salió del salón seguido de los suyos. ¡Señores, que es verdad lo que digo! Me ofenden esas muestras de incredulidad de los que me escuchan.
Palabra del Dia
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