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Actualizado: 7 de junio de 2025
Esta capacidad es nuestra, nosotras, mujeres somos responsables del bien y del mal. Nuestra resistencia debe dictar la ley a la energía exuberante y prepotente de los hombres. Pero otra idea me doblegó: la de que para las almas fuertes no hay ley escrita en un libro; basta comprenderla. El que las desconoce todas, me dice que por mí ha comprendido la ley del amor: la fidelidad.
Voy sencillamente á dar cuenta aquí de dos dramas, representados ahora con grande aplauso en los teatros de Alemania y fruto del ingenio de dos famosos autores: Gerardo Hauptmann y Adolfo Wilbrandt. No trataré de desentrañar la intención de ninguno de los dos, ni los haré responsables de nada.
«No me esperaba esta satisfacción, que casi es una promesa se decía paseando desde la sala al despacho y viceversa : nos acercamos al momento supremo de la crisis. Lo que me figuré: casada por despecho, y arrepentida. Me quiere... y le falta valor... lo cual prueba que no es mala. Yo tengo la culpa de todo. ¡Qué lucha habrá sostenido la pobre consigo misma! ¡Qué noche habrá pasado! Porque... vamos a cuentas: si se ha casado, aunque me quiera, por fuerza ha de costarle trabajo hacer traición... traición, no; pero, en fin, engañar al otro. Lo que en realidad no es más que la vuelta al primer amor, creerá ella que es una liviandad imperdonable, y no le faltará razón, pero ¿a mí qué? Yo no soy el marido. Por supuesto que si no hay tal marido, si sólo se trata de un amante, y le deja por mí, ella tiene que considerarse como una mujer que va de hombre a hombre, como hueso de perro a perro, o baraja de mano en mano. En fin, me parece que está al caer. Lo cierto es que nosotros somos responsables de todos los pecados, desórdenes y zorrerías que cometen las pobres mujeres.
Los dos rivales se hacían responsables del apartamiento de la joven. Cada uno de ellos se imaginaba que de haber quedado solo al lado de ella habría podido retenerla. Pero se habían estorbado con su mutua presencia, acabando por cansar a Nélida en fuerza de rivalidades y celos.
Pero en honor de la verdad histórica y de la justicia, debo declarar, ya que la ocasión se presenta, que los verdaderos unitarios, los hombres que figuraron hasta 1829, no son responsables de aquella alianza; los que cometieron aquel delito de leso americanismo; los que se echaron en brazos de la Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas en las orillas del Plata, fueron los jóvenes; en una palabra: ¡fuimos nosotros!
Mas si despreciando nuestra representacion y las fuertes causas que le hacemos presentes, la abandonase, no seremos en ningun tiempo responsables al Rey ni á Dios de la pérdida de esta provincia y abandono de la religion, quedándonos con un traslado para hacer presente, en caso necesario al Soberano y al Señor Virey, que de nuestra parte hemos cumplido lo que somos obligados, y protestamos hacer á V.S. responsable de todos los daños y perjuicios que á S. M. se le sigan por abandonarla, teniéndola en el dia bajo de su proteccion.
Es cierto; pero no es rico. Antoñita lo es por los dos. Además prosiguió Amaury, no sin cierta acritud, parece que su padre no desempeñó un papel muy honroso en la Revolución. Su abuelo, querrás decir en todo caso; y además, aunque esas hablillas tuviesen fundamento, hoy no se hace ya a los hijos responsables de las faltas de los padres.
Todo el mundo conoce la fecundidad de la provincia de Pontevedra, que es una de las más pobladas, si no la más poblada, de España. Esta fecundidad suele atribuírsele a los mariscos, y si la explicación es exacta, los mariscos vienen a ser, en fin de cuentas, los verdaderos responsables del nepotismo español. ¡El nepotismo español o las ostras, los cangrejos y los percebes de las rías bajas!...
Con la transferencia operada por Constantino, de la protección imperial y de las rentas y bienes del antiguo culto oficial al nuevo, la iglesia llegó a ser un poder político, y como estaba organizada en el plan del pastor y el rebaño, que es decir, en manera más opuesta a la autonomía moral del individuo, la libertad quedó aplastada bajo dos lápidas, y el problema de las instituciones libres para el libre desenvolvimiento de la personalidad, desapareció de la escena en que se trataba sólo de "apacentar a las ovejas del Señor", a gusto y beneficio del propietario por sus delegados y representantes, los obispos y los príncipes, sólo responsables ante él, y por ende omnipotentes e irresponsables ante la majada humana.
Palabra del Dia
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