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Así como una vez al año las doce tribus de Israel encaminábanse á Jerusalén para celebrar la fiesta de los Tabernáculos, vese en algunas playas á esos fieles hijos del mar que se dirigen en grupos de población, á rendirle sus homenajes, á confiar sus tiernos huevos á la grande y buena nodriza, encomendando sus pequeñuelos á aquélla que meció sus antepasados. Los peces.

Montaner de Galípoli socorria con bastimentos y vituallas; solo los nuestros cuidaban de asegurarse dentro de sus fortificaciones, dando cuidado al enemigo, y rendirle á vivir mas descuidado.

Tan luego se pone el caimán en movimiento, entran en juego las cañas; y si anda, malo, y si nada, peor, puesto que, la condición fibrosa de la caña hace imposible su rotura, y en la faena que el carnicero lagarto emplea para desprenderse de aquel enemigo, concluye por rendirle el cansancio y la fatiga.

Respeto a usted demasiado para dirigirme a usted con frases de una admiración y de una galantería triviales. El único homenaje que me atrevo a rendirle, es poner mi destino en sus manos.

Por fin el desgaste nervioso hubo de rendirle, y se quedó quieto en el sofá, con una pierna sobre la mesa, la otra en una silla, la cabeza debajo de un cojín, y los brazos extendidos en cruz. Una mano daba contra el suelo, y tenía la otra metida debajo del cuerpo, dando al brazo una vuelta que parecía inverosímil.

D. Juan respondió que si él acetase el gobierno, había de ser para defender el fuerte y no para rendirle: que si para esto querían, que él tomaría el cargo. El Antonio Dávila se fué con esta respuesta.

Parece que el día 5 de Diciembre de aquel año, los escolares del colegio de Maese Rodrigo, escogieron por obispillo á un estudiante nuevo, según costumbre, el cual se llamaba Esteban Dongo, y colocándole su mitra de papel, comenzaron en la puerta de los estudios á rendirle el burlesco acatamiento que era uso; mas en vez de limitarse á las bromas corrientes, se entusiasmaron demasiado, alborotando mucho y dedicándose á recorrer las calles, en las cuales atacaban á cuantas mujeres y hombres veían al paso, haciendo detenerse los coches y arrojando de ellos á los que los ocupaban para que se inclinasen ante el obispillo.

Mucho, rubita, mucho respondía el Magistral, desabrochándose el maldito balandrán y soplando con fuerza. Y eso que a usted la fatiga no debe rendirle, que allá en Matalerejo tengo entendido que corre como un gamo por los vericuetos.... ¿Quién te lo ha dicho a ti? ¡Bah! Teresina... ¿Sois amigas, eh? Mucho. Silencio. Los dos meditan. El canónigo reanuda el diálogo.

Dejad, dejad a la miserable que triunfe, se goce y ufane con la suerte que Amor quiso darle en rendirle mi corazón y entregarle mi alma.