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Actualizado: 8 de junio de 2025


Vivían los ojos, vivían las mejillas sumidas y pálidas, renacía la juventud en aquel semblante marchito por tribulaciones misteriosas, y empañado por perpetuos celajes obscuros. Debía usted estar siempre risueño, Don Ignacio exclamó Lucía . Aunque añadió reflexionando del otro modo se parece usted más a usted. Artegui, risueño y solícito, le ofreció el brazo, pero ella no quiso cogerse.

«Nuestros ideales...» Aquí se detuvo de repente; y cambiando su tono campanudo por el llano y de todos los días, advirtió a su padre: Ha de saber usted, ante todo, que el fénix es un pájaro fabuloso o imaginario, del que se cuenta que renacía de sus propias cenizas, como la muerta planta renace de la semilla que ha producido en vida... ¿Se entera usted?

Era una matrona de potentes caderas, en cuyas entrañas renacía la vida; de robustos y voluminosos pechos, siempre hinchados de leche densa y amarga. A un pecho se agarraba el Recuerdo, gimiendo al paladear el líquido de acíbar; al otro el Olvido, que chupaba cerrando los ojos, queriendo dormir.

Luego, al morir la tarde, despertaba la vida; los insectos empezaban á zumbar, los pájaros sacudían sus alas, los cuadrúpedos estiraban sus patas, y en la sombra todos se agitaban para ofender ó para defenderse, para devorar ó ser devorados. La vida renacía con el fresco de la noche, reanudando sus aventuras y sus tragedias. Morales admiró una vez más la sabiduría de su amigo.

Renacía en su memoria tal como la había contemplado en el dormitorio, con los ojos acuosos, agrandados por el dolor, y una perla pendiente de sus lagrimales, trágicamente bella, como las vírgenes que tienen sobre las rodillas el cuerpo del hijo crucificado... ¡Máter dolorosa! Pero una segunda persona que parecía hablar en el interior del príncipe con fría clarividencia protestó de esta imagen.

Cierta mañana de abril en que todo renacía, vimos pasear aún las dos sombras por aquel bosque pálido, como un Elíseo de Virgilio. Llegué al golfo embargado el ánimo con tan tristes pensamientos. Entre las ásperas rocas, las lagunas que dejaba el mar conservaban ciertos animalillos demasiado lentos para seguirle.

Pronto volvía la fe, que se afanaba en conservar y hasta fortificar con el terror de quedarse a obscuras y abandonada si la perdía volvía a desmoronar aquella torrecilla del orgulloso racionalismo, retoño impuro que renacía mil veces en aquel espíritu educado lejos de una saludable disciplina religiosa.

Palabra del Dia

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