Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 14 de noviembre de 2025
Algo así como el mismo encanto del día; en rigor, el invierno, nada, pero en la tranquilidad y tibia y vaga alegría del ambiente, una delicia que saboreaba con inefable gozo la Regenta.
La Regenta no tuvo que cerrar la puerta del caserón a nadie, como se había prometido, por que nadie vino a verla, se supo que estaba muy mala, y los más caritativos se contentaron con preguntar a los criados y a Benítez cómo iba la enferma, a quien solían llamar esa desgraciada. Ana prefería aquella soledad; ella la hubiera exigido si no se hubiera adelantado Vetusta a sus deseos.
D. Álvaro había notado que por este camino poco se podría adelantar, por ahora, con la Regenta. Nada más ridículo en Vetusta que el romanticismo. Y se llamaba romántico todo lo que no fuese vulgar, pedestre, prosaico, callejero. Visita era el papa de aquel dogma anti-romántico.
El tercer acto fue una revelación de poesía apasionada para doña Ana. Al ver a doña Inés en su celda, sintió la Regenta escalofríos; la novicia se parecía a ella; Ana lo conoció al mismo tiempo que el público; hubo un murmullo de admiración y muchos espectadores se atrevieron a volver el rostro al palco de Vegallana con disimulo.
Está usted desmejorado le decía Somoza. Cuidado repetía Visitación. Y él mismo notaba que su rostro perdía la lozana apariencia que había recobrado en aquellos meses de buena vida, de ejercicio y abstinencia que él, prudentemente, había observado antes de dar el ataque decisivo a la fortaleza de la Regenta.
Podía continuar la fiesta». Y continuó. Los del salón se habían enterado: «A la Regenta le había dado el ataque». «La habían hecho bailar a la fuerza». Pero pronto se olvidó el incidente, para comentar la conducta de aquellas señoras y caballeros que se encerraban en el gabinete de lectura a cenar y bailar como si el Casino no fuese de todos....
Celedonio que en alguna ocasión, aprovechando un descuido, había mirado por el anteojo del Provisor, sabía que era de poderosa atracción; desde los segundos corredores, mucho más altos que el campanario, había él visto perfectamente a la Regenta, una guapísima señora, pasearse, leyendo un libro, por su huerta que se llamaba el Parque de los Ozores; sí, señor, la había visto como si pudiera tocarla con la mano, y eso que su palacio estaba en la rinconada de la Plaza Nueva, bastante lejos de la torre, pues tenía en medio de la plazuela de la catedral, la calle de la Rúa y la de San Pelayo. ¿Qué más?
Intimar con los Vegallana era intimar con don Víctor y su esposa, ya lo sabía él; siempre estaban juntos unos y otros, en el teatro, en paseo, en todas partes, y la Regenta comía en casa del Marqués muy a menudo. De modo que, para verla, allí mucho mejor que en la catedral.
Sí, sí, era material o lo parecía, ¿por qué no? ¡Qué vana se le antojaba ahora a la Regenta la filosofía superficial del optimismo bullanguero, del espiritualismo abstracto, bonachón, sin sentido de la realidad triste del mundo! ¡Había infierno!
El arcediano y el beneficiado vieron a la Regenta salir de la catedral y juntos se fueron hablando del suceso para esparcir por la ciudad tan descomunal noticia. «No pensaban hacer comentarios. El hecho, puramente el hecho. ¡Dos horas!». En efecto, había sido mucho tiempo. El Magistral no lo había sentido pasar; doña Ana tampoco. La historia de ella había durado mucho.
Palabra del Dia
Otros Mirando