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Pero de pronto, mirando un primoroso vaso de agua que había sobre la mesa de noche, se quedó serio. Aquel servicio de cristal era regalo de la marquesa viuda del Lago. Una arruga se dibujó en su frente pálida que fue poco a poco haciéndose más honda. Al volver los ojos hacia él Clara quedó sorprendida. ¿Qué tienes? le preguntó con afectuoso interés. Nada respondió secamente.

Nos creyeron de lleno americanos, y de la Habana por añadidura. Favor del cielo! No bien oyó aquella señora que traia encargos de un noble de la Habana, y que se trataba de un regalo de boda, cuando empezó á desdoblar blondas y encajes, empedrando nuestras orejas de miles de francos.

La niña levantó nuevamente su regordete y blanco brazo, cuyo seductor contorno realzaba un brazalete modelo, chillón y macizo regalo de uno de sus más humildes admiradores, que llevaba gracias a la solemnidad del día. Reinó un silencio sepulcral.

destos que dicen las gentes que a sus aventuras van. Salí de mi patria, empeñé mi hacienda, dejé mi regalo, y entreguéme en los brazos de la Fortuna, que me llevasen donde más fuese servida.

Nela, pareces una almeja. ¿Qué quieres? Toma, toma esta peseta que me dio esta noche un caballero, hermano de D. Carlos.... ¿Cuánto has juntado ya?... Este que es regalo. Nunca te había dado más que cuartos.

Si se quedara muchas, la alegría sería menor. Si estuviera siempre a tu lado, quizá te entrara el tedio, que es el mayor enemigo del amor y la verdadera desgracia de las personas felices. Reflexiona sobre tu desazón y verás que no hay motivo para que sea tan grande. La verdad es que él es galante, cariñoso, espléndido. Mira qué collar me regaló el día de mi santo.

Un órgano de resplandecientes tubos se elevaba en el coro de la iglesia: era el regalo de bodas de miss Percival al abate Constantín. El anciano cura dijo la misa.

Le ponía en la mesa los platos de su gusto, y en su cuarto nada faltaba para su regalo y comodidad. En fin, que el pobre chico estaba satisfecho; sentía que el terreno se solidificaba bajo sus plantas, y se reconocía más árbitro de su destino, y casi triunfante en la descomunal batalla que estaba dando a su familia. En cuanto a Juan Pablo, no había nada que temer.

Ahora pensaba de qué amigo valerse para ir a Palermo. De dos o tres más, había recibido en la semana iguales o parecidos favores. Quedaba Jacinto Esteven. Con Jacintito tenía más confianza: cierto es que la butaca de Colón se la regaló él la noche anterior, pero era su primo y no tenía nada de particular que ocupara la tarde siguiente su elegante faetón.

Escucháron con magnánima compasion los otros cinco monarcas este razonamiento, y dió cada uno veinte zequíes al rey Teodoro para que comprase vestidos y ropa blanca. Candido le regaló un brillante de dos mil zequíes. ¿Quién es este particular, dixéron los cinco reyes, que puede hacer una dádiva cien veces mas quantiosa que qualquiera de nosotros, y que efectivamente la hace?