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Actualizado: 28 de junio de 2025
Cien veces recorrí las márgenes del Pedregoso, y otras tantas ví, desde lo más alto de la colina del Escobillar, la puesta del sol.
No recuerdo haber visto tantos curiosos desde el día en que recorrí las calles de Londres acompañando á mi prisionero el rey de Francia. Un mar de cabezas cubría por completo la vasta llanura que se extendía desde la Puerta del Norte hasta los primeros viñedos del este de la ciudad y hasta las orillas del río.
Un perro barcino, con el lomo arqueado, avanzaba al trote en ciega línea recta. Al verme llegar se detuvo, erizando el lomo. Retrocedí, sin volver el cuerpo, para descolgar la escopeta, pero el animal se fué. Recorrí inútilmente el camino, sin volverlo a hallar. Pasaron dos días. El campo continuaba desolado de lluvia y tristeza, mientras el número de perros rabiosos aumentaba.
El plazo tan pronto me parecía muy corto como se me antojaba muy largo. Creo que hubiera deseado tanto experimentaba la necesidad de pertenecerme que aquel exiguo respiro nunca tuviera fin. Volví el otro día y los siguientes y hallé el mismo reposo y la misma seguridad. Recorrí toda la casa, visité el jardín, senda por senda; Magdalena estaba por doquier.
La primera vez que recorrí esos jardines espléndidos, iba de bracero con un marques republicano, Orense, que no pensaba sino en la democracia, y le daba mas energía al contraste mi situacion. Allí, á la sombra de las alamedas y ante las imágenes de los monarcas, dos hombres enteramente distintos fraternizaban cordialmente.
Visité, en su orden clásico, París, la banal Suiza, Londres y los lagos taciturnos de Escocia; levanté mi tienda delante de las murallas exangélicas de Jerusalén; y desde Alejandría a Tebas recorrí ese largo Egipto monumental y triste como el corredor de un mausoleo. Conocí el mareo de los buques, la monotonía de las ruinas, las desilusiones del «boulevard»; y mi mal interior iba creciendo.
Como tenía la conciencia de mi formalidad, estas burlas más bien me causaron orgullo que pena. Recorrí luego la muralla y conté todos los barcos fondeados a la vista. Hablé con cuantos marineros hallé al paso, diciéndoles que yo también iba a la escuadra, y preguntándoles con tono muy enfático si había recalado la escuadra de Nelson. Después les dije que Mr.
A fines de Diciembre pasè á la Bahia de Todos Santos, y recorrí la costa hasta la Bahia de Brettman. La Bahia de Todos Santos es el fondeadero habitual de los buques de pesca: de allí reparten sus embarcaciones menores en todas direcciones, para traer la grasa de los elefantes que matan. Toda la bahia no es igualmente buena para fondear, porque los vientos del SO levantan mucha marejada.
Recorrí durante un año entero todos los puntos de la provincia de Corrientes y de Misiones, y despues de haber penetrado en el Gran-Chaco, dí la vuelta por las provincias de Entre-Rios y de Santa-Fé.
La razon se explica fácilmente: son dos pueblos antípodas en todo: hábitos, antecedentes, carácter, modo de vivir, todo diferente, todo distinto: esto en cuanto á los extranjeros en general: yo de mí sé decir que aunque en Lóndres recorrí y gusté cuantos placeres ofrece la capital, aunque viví en una buena casa, y estuve constantemente obsequiado, salí de su recinto no con pena, como me sucede al abandonar Paris, sino sin trabajo: contento, sí, muy contento, de haber visitado la curiosa capital de los ingleses, satisfecho del viaje que juzgo necesario para el que quiere estudiar la sociedad inglesa, pero sin el sentimiento mas pequeño, sin violencia alguna.
Palabra del Dia
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