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Me quedé anonadado delante de aquella efigie espantosa de realidad y de tristeza. La firma era la de un ilustre pintor. Recorrí el catálogo y encontré las iniciales de la señora De Nièvres. No había yo menester de aquel testimonio. Magdalena estaba allí, delante de , fija en la mirada; pero, ¡con qué ojos, en qué actitud, con qué palidez y qué misteriosa expresión de espera y de amarga pena!

De Paris á Basilea, que es la primera ciudad de Suiza, entrando por Estrasburgo, hay una distancia de ciento cuarenta leguas, que recorrí en el brevísimo tiempo de diez y seis horas, con la mayor comodidad, y sin el mas ligero accidente, pues el camino de hierro de que hablo es quizá el mejor de la Francia. Es ciertamente prodigioso y admirable el vuelo de las vias férreas.

La carretera misma, que es espléndida, como todas las nacionales y departamentales de Francia, es incomparablemente superior á cuantas recorrí en España. La diligencia, de formas mucho mas ligeras y racionales, es tirada por tres hermosos caballos, en vez de los cuatro ó cinco pares de mulas furiosas que, manejadas á palos, arrastran las diligencias españolas, merced á un bárbaro sistema de tiro.

No me paré a preguntarles la razón de su loca alegría, porque mi prisa arreciaba como un ciclón. Mi prisa por arrancarle los ojos a Tucker, ¡el miserable! era tal, que recorrí muchas veces aquella dilatadísima ciudad de punta a punta. ¡Por fin!... Por fin descubrí en la puerta de una casa de dos pisos una tablilla de cobre que decía: TUCKER Aquí vive me dije inmediatamente. Y traté de pararme.

Una de las mejores calles de Munich, que yo recorrí muchas veces, porque me placia estudiar aunque de paso la fisonomía de las tiendas y las casas, es la de Ludwig-Strasse, larga, ancha y bella. Los comercios y las tiendas, con ese carácter especial que yo encuentro en todo lo que es aleman, con esa exactitud y formalidad peculiares, merecen verse detenidamente.

Blasillo, cuando salí de Egipto, vine a Cádiz, en tiempos de las Cortes; ofrecí mis servicios y no me preguntaron si llevaba la cruz o el turbante, pero me hicieron maniobrar una hermosa fragata de guerra, y cuando vieron que yo servía para el caso, me la confiaron. Hice algunos afortunados cruceros, y sobre todo recorrí la costa con el mayor cuidado.

Hay cosas absurdas que tienen toda la apariencia de un legítimo razonamiento: Salí afuera con la lámpara en una mano y la escopeta en la otra, exactamente como para buscar a una rata aterrorizada, que me daría perfecta holgura para colocar la luz en el suelo y matarla en el extremo de un horcón. Recorrí los corredores.

No conozco detalladamente toda la ciudad, pero en todas las calles y plazas que recorrí, busqué inútilmente gabinetes literarios, no pude encontrar uno. En materia de bibliotecas, una sola tuve ocasion de visitar. Hay en un extremo de la capital, pero dentro de su recinto todavía, un elegante paseo público, con buenos jardines y riqueza de árboles.

Pedí un caballo, y en compañía de Federico de Tarlein recorrí la gran avenida del parque real, devolviendo todos los saludos con la mayor cortesía.

¿Encontraré piedad en las almas ideales que viven de ilusiones, si hago la confesión sincera de haber sentido un placer inefable, en unión con mi joven secretario, cuando nos sentamos a la mesa del Saint-Simon, que se nos dio una servilleta blanca como la nieve y recorrí con complacidos ojos un menú delicado, cuya perfección radicaba en el exiguo número de pasajeros?