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Actualizado: 10 de noviembre de 2025


Sus cinco años de emancipación habían sido para él muy alegres; sonreía recordando sus éxitos, y ahora mismo pensaba con fatuidad en aquella desconocida que le aguardaba: alguna mujer que le habría conocido en los salones y tenía interés en rodear de misterio su pasión.

Pero mi madrina la condesa, en vista de tan ardiente devoción, quería hacerme monja; y el otro día, «las señoritas», recordando los deseos de su mamá, todavía me ofrecieron costearme el dote para que entrase en un convento. ¿Y usted acepta? preguntó el joven con visible ansiedad. ¡Yo...! No pienso en ello por ahora. Aquella santidad voló, creo que para siempre. Ahora soy mala, muy mala.

Y misia Casilda, recordando a la de Barrientos, contestaba que, efectivamente, muchas veces los mejores amigos son los primeros en dar el esquinazo, y que vale más dirigirse a los extraños; pues, por dejar de pedir no quedaría, y si el medio supremo, el suyo, no resultaba, se hipotecaría la finquita o se vendería: con el producto bien podía pagarse al señor Portas y a alguno de los demás acreedores, pues si la casa, vieja, no valía gran cosa, el terreno, por el sitio, valía mucho.

Púsose a hablarla de mismo, de ellos mismos, recordando los días de la niñez. A una pregunta de la doncella, confiola rápidamente el compromiso que había contraído con su madre de partir en breve para Salamanca, a fin de completar sus estudios.

Se sonrió recordando que cierto día en que llevaba aquel mismo vestido quiso a toda costa jugar al viajero en el desierto, y para esto obligó al pobre muchacho a hacer el papel ingrato de dromedario.

Pasó el día acurrucado sobre el colchón, recordando los días de la infancia y acariciando la dulce manía de la vuelta de su hermano. Al llegar la noche, apretado por la necesidad, desfallecido, bajó a la calle a implorar una limosna. Ya no tenía guitarra; la había vendido por tres pesetas en un momento parecido de apuro.

Al pasar de treinta venían á su memoria las imágenes flotantes de las mujeres que había seducido y se extasiaba recordando los dulces pormenores de sus amoríos: una de aquellas mujeres abandonadas se hallaba á la hora presente en un convento; otra se había tragado una caja de fósforos. Por último, cuando introducía en su estómago más de cuarenta vasos, se iniciaba el período del heroísmo.

Después de sus arrebatos de indignación, sentíase débil, reblandecido, anonadado por aquel misterio, que sólo había podido columbrar. Hablaba con dulzura, con humildad, recordando a la joven el estrecho cariño que unía sus vidas.

Tal vez resultase el encuentro algo en desacuerdo con las reglas; pero el tiempo apremiaba, sólo podían disponer de unas horas, y él había hecho todo lo que creía oportuno. La busca de lugar para el combate era lo que más le preocupaba en esta tierra desconocida. Unos muchachos argentinos, recordando sus paseos por Río Janeiro al ir a Europa, se ofrecían a guiarle a cambio de presenciar el duelo.

De nadie hacía caso. ¿Qué le importaba ser bonita si no existía el hombre a quien voluntariamente hizo dueño y señor de sus encantos? ¿Qué representaba para ella la juventud sino un por venir consagrado a sufrir recordando? Y la riqueza heredada de él, último beneficio que le debía, ¿qué era sino un motivo más para rendir culto a su memoria?

Palabra del Dia

vengado

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