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Anita recibía las pocas visitas que don Álvaro se atrevía a hacerle, sin alterarse, tranquila en su presencia, y tranquila después que se marchaba. Procuraba apartar de él su pensamiento, con la conciencia de que era aquel recuerdo una llaga del espíritu que tocándola dolería.

Mi padre, por el contrario, se hinchaba, como si inhalase un gran volumen de lisonja y vanidad. Todas las noches, después de la cena, la señora recibía unos cuantos amigos en tertulia; aquello, en puridad, era un rendimiento de vasallaje. Una tarde dijo la duquesa a mi padre: «Quiero que asistas hoy a mi tertulia.

Otro de los quehaceres que más tiempo la exigía era el tocado; caso raro, porque exceptuando a misa, jamás salía de casa, y en casa apenas se recibía visita alguna.

Me metí en un negocio que no entiendo, y como no tengo carácter, todos se han aprovechado de mi pavisosería para explotarme. Al principio, muy bien; la mar salada y sus arenas... Yo recibía el género, venían las señoras y se lo llevaban como la espuma. Como que era todo de lo mejor, y nada caro por cierto.

Tona respondió que sobraba con lo que había arrimado a la lumbre, siempre que cada cual comiera «como Dios mandaba»; y mi tío, mientras el hombrón recibía con carraspeos la condicional que la sirviente había echado hacia allá con los ojos, dio por rematada la historia y mandó que se tratara de otra más divertida.

Las niñas hablaban con Andresito cerca del piano, y doña Manuela, serena y en posesión de misma, miraba fijamente a su antiguo dependiente. La escandalizaba el desprecio con que aquel hombre hablaba del dinero, y recibía como un sangriento sarcasmo la suposición de que cuatro o cinco mil reales nada significaban para ella.

La caverna tenía muy poco fondo: se veía bastante en ella con la luz que recibía por la boca, y por eso se hacían muy fácilmente todas aquellas maniobras de Pito. El cual reapareció al instante con las otras dos crías de la osa, asegurando que no quedaban más que huesos mondos en la cama.

La tradicion refiere que el alcaide de los Donceles D. Diego Fernandez de Córdoba, cuya casa, vecina á esta iglesia, recibia molestias de los albañiles que fabricaban la torre, despues de haber inútilmente reclamado del obispo la suspension de la obra, fué una noche con sus criados y peones, y hundió todo lo que los operarios tenian fabricado.

Se ignora lo que hizo la futura esposa del magnate en cuestion; lo que se sabe es que á los pocos dias de esta entrevista, la inglesa recibia una órden de destierro, sin obtener auxilio alguno. El magnate se casó por fin con la mujer que habia elegido últimamente, y tuvo de ella un hijo.

Prefirió un desconocido; acudió a la capilla de las Victorias. Vino un sacerdote viejo, algo encorvado, con cejas canosas, espesas, sobre unos ojos muy pequeños que brillaban inexpresivamente en las órbitas hundidas. Se metió, sin mirarla, en el confesionario, y comenzó a formular preguntas, rápidamente, sin atender casi a las respuestas que recibía.