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Actualizado: 5 de junio de 2025


¡Diablo de rapaz! decía hablando de él con los viejos camaradas de la ría. ¡De dónde habrá sacado tanto talento! ¡Nadie hubiera dicho que de aquel pobre patrón de Bermeo pudiera salir un hijo así!... Y el gabarrero temblaba de emoción, saltándole las lágrimas, cuando le hablaban en la villa de su sobrino y de lo satisfechos que tenía á los señores del Instituto.

El paisaje es extenso y hermosísimo, el bienestar se revela en todas partes, y un ambiente particular, libre y fortificante, hace adivinar la proximidad del Océano, que penetra por en medio de montañas escalonadas hasta la ria de Besaya ó bahía de Santander.

Desde aquella ventana se oteaba la ría entera de Nieva hasta El Moral, que era el sitio por donde comunicaba con el mar. No mediría más de una legua de largo; el ancho variaba extremadamente, según se la viese en baja o pleamar, en mareas vivas o muertas.

No se ría usted tan fuerte, D. Melchor, que puede saltarle la dentadura dijo la joven, por cuyos ojos pasó un relámpago de cólera. El P. Melchor cesó de reír repentinamente.

Vivía en Loreto, una aldea, algo lejos de la ría por aquel lado, pero tocando con el mar por allá arriba, por el arenal. Vivía con una señora que se llamaba aya y doña Camila. No la quería. Aquella señora aya tenía criados y criadas y un señor que venía de noche y le daba besos a doña Camila, que le pegaba y decía: «Delante de ella no, que es muy maliciosa».

¡Ah! continuó; usted no es el mismo que antes para , y mire, todos los hombres que vienen a esta casa, me contemplan, me adulan y me cortejan; pero usted es un indiferente en casa. Señora le contesté, riendo, usted está bajo la influencia de la lectura de Droz. No se ría. ¿Se acuerda usted ahora dos años?

Tomás soltó una carcajada estrepitosa. Acostumbrado a la salidas originales de su hija, pensó que ésta era una de ellas y la encontró muy chistosa. No se ría, padre, no se ría, que lo digo como hay Dios en los cielos; que no quiero. El aldeano cortó repentinamente el hilo de su risa y se quedó extático mirándola. Vaya, vaya, chica... ¡qué me estás ahí cantando! Que no quiero.

Por el amor de Dios, no se ría, y considere que estando obligado a referirle los sucesos, como se los he referido al principio de la carta, no podía dejarlos sin la salsa de lo que añado al relato, so pena de quedar usted sumido en más hondas confusiones, o de tomarme por un solemnísimo embustero; porque, verdaderamente, el caso de arriba resultaría increíble sin la explicación de abajo, para todo el que me haya conocido como usted me conoció.

Son hermosísimos, como producto de varias civilizaciones, pero tristones, desesperados, lóbregos, reveladores del alma de un pueblo enfermo, que no halla mejor diversión que ver derramar sangre humana y patalear jacos moribundos en el redondel de un circo. ¡La alegría española! ¡El regocijo andaluz...! Deje usted que me ría.

No; murió á las pocas horas lo mismo que si no hubiera llamado á nadie. Goicochea, temiendo nuevas impiedades del doctor, desvió el curso de la conversación. ¡Qué hermosa vista! dijo señalando la parte de la villa que se alcanzaba desde el porche, junta con un trozo de la ría y las montañas de las Encartaciones con sus cumbres rojas, de tierra removida.

Palabra del Dia

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