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Eres un tipo perfecto de hermosura; no hay más allá, no puede haberlo.... Dame tu mano. El primo estrechó ardientemente entre sus manos la de la señorita. Ahora me río yo añadió él de mi ridícula vanidad de ciego, de mi necio empeño de apreciar sin vista el aspecto de las cosas.... Creo que toda la vida me durará el asombro que me produjo la realidad.... ¡La realidad!

Caminó a la ventura largo rato por las calles en un estado de aturdimiento que le impedía razonar sobre lo que acababa de sucederle. Saliose al campo y dio un largo paseo. El cansancio físico produjo su acostumbrado efecto sedante y comenzó a ver con claridad su situación. Nada ganó con ello. Lo que le estaba pasando era gravísimo, una verdadera catástrofe.

Pero la poesía produjo siempre poco, y Glatigny, que había vivido una corta temporada en el Concierto del Alcázar improvisando versos, tuvo que volver á su antigua vida nómada.

Pregunté, pues, a Adela a dónde iba y me respondió con una ligera e inocente sonrisa que era un gran secreto. Tal misterio, puedes creerlo, no me produjo la menor inquietud. Yo lo había olvidado ya cuando el último sonido de las palabras aún no había acabado de agitar el aire.

Al fin se acostó sobre una de sus aletas, desapareciendo entre los círculos concéntricos que había abierto en el agua. Como Gillespie no veía otros enemigos aéreos, saltó dentro de su bote, lo que produjo en el puerto una enorme ondulación que hizo danzar sobre sus amarras á todos los buques de los pigmeos.

Nos dijo que su apellido era Hales, lo cual me produjo la mayor sorpresa, pues era el mismo del novio secreto de Mabel, y en el correr de la conversación supimos que había estado un buen número de años en el mar, principalmente en viajes comerciales por el Atlántico y por el Mediterráneo.

Juan entró. La salida de aquel señor le produjo en un instante dos sentimientos distintos que se sucedieron con brevedad. El primero fue algo de enojo, el segundo satisfacción de que el acaso le proporcionase un buen apoyo para el rompimiento que deseaba... «Me parece que yo conozco a este señor tan terne.

La lectura de esta carta produjo a Felisa una emoción extraordinaria e imposible de analizar: sintió pena por el infortunio del ser amado, incertidumbre de lo que debiera procurar según lo extraordinario de las circunstancias, y alegría por vislumbrar la ocasión de ver puesta a prueba la grandeza de su corazón.

Quisiera poseer en este momento la voz de un ángel, porque los ángeles sólo deben escuchar a los ángeles. El piropo produjo excelente efecto en la parte femenina del salón. La parte masculina lo recibió con sonrisas burlonas. Siempre hemos tenido gusto en escucharle; ya lo sabe usted. Porque siempre va unida a la belleza la bondad.

¿Necesito pintar el efecto que produjo esta carta en el atribulado matrimonio? Seguramente que no. Don Simón y su mujer podrían ser todo lo bestias que se quisiera para no comprender la inminencia de ciertos peligros en un carácter como el de Julieta; pero, al cabo, eran padres de ésta, y la amaban con delirio.