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Apegados al vetusto arte ojival, ya convertido en rutina, acostumbrados á renunciar á toda direccion ante la petulante práctica de las corporaciones de oficios, cada una de las cuales se apropiaba el derecho de decidir por del carácter é importancia de su obra particular sin consideracion al conjunto; despojados en cierto modo de la responsabilidad de sus trazas por la costumbre ya generalmente establecida por los prelados, cabildos y señores, de entenderse por separado con los gremios de oficios y ajustar con ellos la obra que apetecian; ni sentían los arquitectos la dignidad de su profesion, ni eran ya propiamente hablando tales arquitectos.

»¡Un esfuerzo semejante espero yo de vosotros en la presente ocasión! ¡Considerad, señores, que se trata de Salamanca, de la Madre de las Virtudes y de las Ciencias, como la llamaban antiguamente; de la ciudad que ha llevado también el nombre de Roma la Chica, por los innumerables y nobilísimos monumentos que la decoran; celebérrima bajo la dominación de los romanos; cristiana antes de la irrupción de los godos; arrancada varias veces de manos de los sarracenos, en los siglos IX y X; liberada definitivamente en el siglo XI, y lumbrera desde entonces de la entenebrecida Europa, por su veneranda Universidad, que, con las de Oxford, Bolonia y París, vinculaba el saber de aquellos tiempos! ¡Considerad que se trata de la hija mimada de Castilla la Vieja, de la Atenas española, protegida constantemente por Magnates, Prelados, Reyes, Papas y hasta Santos, desde D. Ramón de Borgoña y el obispo Visquio, que la repoblaron, y comenzaron á engrandecerla, hasta los Reyes Católicos, que la distinguieron con su predilección casi tanto como á Granada! ¡Considerad que allí hubo concilios; que allí se reunieron Cortes; que allí se juzgó á los Templarios; que allí se establecieron preferentemente las Órdenes Militares y fundaron magníficos templos; que allí predicaron San Vicente Ferrer y San Juan de Sahagún; que allí residieron mucho tiempo Santa Teresa y San Ignacio de Loyola; que allí estudió y explicó Fr.

Después de varios días de encierro aún no se había amortiguado en él la impresión que le produjo ver por primera vez la iglesia solitaria y cerrada. Sus pasos retumbaban sobre el pavimento, cortado a trechos por los sepulcros de prelados y grandes señores de otros siglos. El silencio del templo muerto se alteraba con extrañas sonoridades y roces misteriosos.

Ya ha sucedido tener el gobernador que escribir a muchos, sin hallar uno que quisiera ir a suplir una de estas necesidades. Aunque por los concilios y otras disposiciones canónicas está mandado que los curas no se ausenten de sus feligresías sino en los tiempos y con los motivos que allí señalan, y con la licencia de los prelados y demás que pueden darlas, aquí no se observa nada de esto.

Basta a nuestro propósito decir que según iban los reyes ganando tierras en la reconquista, a medida que magnates, nobles, abades y prelados se enriquecían, despertaba en ellos el amor del lujo, una de cuyas primeras consecuencias es el desarrollo y florecimiento de las artes: y claro está que entonces, como siempre, lo que unos hicieron por vanidad y ostentación, otros lo harían por buen gusto y delicadeza de sentimientos.

Reflexionando hallarme con despachos del Superior Gobierno, con patentes de mis Prelados regulares, y que á costa de los reales erarios habia sido conducido de Europa

En el tablado que se levantó en la iglesia de la Seo había mas lujo que en las anteriores coronaciones: la imágen del rey de oro aumentaba el aparato. Apenas llegó el rey hizo colacion de confites y vino con los infantes, prelados y grandes señores.

Asimismo, excusaría este dicho vicario los muchos embarazos que se ofrecen a los prelados y superiores con los informes encontrados que van de estos pueblos, pudiéndolos dar jurídicos con plena información de los casos.

E si por aventura clérigo fiziere tal cosa, porque le estaria peor que á otro ome, dévele poner su prelado gran pena, segun toviese por razon: ca estas cosas tambien los prelados como los judgadores seglares de cada un logar las deben mucho escarmentar que no se faganPart. I, tít. VI, ley 36. Jacobus Grætser, De sacris peregrinationibus; Ingolstadt, 1606, pág. 274.

En España, por el contrario, acaba de crecer y desarrollarse fomentada sólo por la devoción de los prelados, cabildos, comunidades y parroquias: hasta lo que manda pintar la piedad individual esta dedicado al claustro y la capilla. La manifestación religiosa del espíritu nacional queda admirablemente interpretada y servida.