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Actualizado: 22 de mayo de 2025
A nuestra llegada á Jamaica, la entrada de la población se encontraba materialmente repleta de vecinos que llenos de curiosidad, preguntaban á los soldados "dónde venía el 'tullío'". De todas las casas salían á verlo, y el pequeño pueblecito parecía que se encontraba de fiesta.
Sin poder evitarlo los dos pensaban lo mismo, ante aquella criatura excepcional de belleza y de cultura: ¿Cómo ha alcanzado este grado de visible educación? se preguntaban y como para confirmar una sospecha le dijo Ricardo: ¿Usted ha estado mucho tiempo en Buenos Aires, señorita? ¡Pero, señor! si hubiera estado sabría el significado que allí se da a las palabras que usamos aquí.
Así, cuando el capitán hubo acabado su ronda, casi todos los hombres estaban en pie, frotándose los ojos, la cabeza o la espalda, y preguntaban, dando unos bostezos horrorosos: ¿Qué pasa, pues?
El presbítero andaba tan revuelto y acongojado, que apenas si había contestado a lo que le preguntaban. Se había puesto pálido, ojeroso, y cuando alguna vez cantaba cosas de ópera, arrastraba de tal modo las notas, que parecía que se las paseaba a uno por las tripas.
En el ambiente agrio y polvoriento de la casucha, veían desarrollarse con los ojos de la imaginación ciudades fantásticas, y preguntaban candidamente sobre los alimentos y costumbres de las gentes de por allá, como si los creyesen seres de distinta especie.
Cuando comenzaron a llegar de los cuartos perfectamente disfrazados todos aquellos señores y señoras, tardó en reconocerlos; al pasar por delante de él le preguntaban acariciándole la cara: ¿Me conoces, Miguelito? Y él, después de mirarlos con atención, decía: Sí, Fulano y esto le causaba un vivo placer.
El honrado Guimarán daba media vuelta y se iba furioso, llena el alma de rencores y envidias pasajeras, y Frígilis seguía sonriendo y movía la cabeza a un lado y a otro. Si le preguntaban qué opinaba del Ateo, decía: «¿Quién, don Pompeyo? Es una buena persona. No sabe nada, pero tiene muy buen corazón». Guimarán juró tenía que parar en ello juró no poner jamás los pies en el Casino.
Don Andrés y los amigos del casino le preguntaban cuándo sería la boda; su madre hablaba en presencia de los chicos de las grandes trasformaciones que se tendrían que hacer en la casa. Ella, con las criadas abajo, y todo el primer piso para el matrimonio, con habitaciones nuevas que habían de ser asombro de la ciudad, y para cuyo adorno vendrían los mejores decoradores de Valencia.
¿Cómo va ese valor? le preguntaban tentándole los brazos duros y elásticos, que parecían de acero, pasándole las manos por el pecho con una suavidad casi femenil, golpeándole el tórax y complaciéndose en su resonancia, que revelaba salud y vigor.
¿Están mucho peor educadas que las de otro tiempo? preguntó Francisca en tono de exquisita urbanidad. ¡Oh! Francisca... murmuró la de Dumais pálida de espanto. Ciertamente respondió la Bonnetable aniquilándola con la mirada. En mis tiempos las jóvenes no preguntaban jamás a las personas mayores y esperaban modestamente que se les dirigiese la palabra.
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