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¿Usted? dijo la señorita de Porhoet, haciendo alto súbitamente, ¿usted es un Champcey d'Hauterive? Desgraciadamente, , señorita. Eso cambia la especie dijo; déme, primo, su brazo, y cuénteme su historia. Creí que en el estado en que las cosas se hallaban, lo mejor era no ocultarle nada.

A las ocho, vi entrar á la señorita de Porhoet que se instaló á mi cabecera, con su tejido en la mano. Ella ha hecho los honores de mi cuarto á los visitantes, que se han sucedido todo el día. La señora de Laroque fué la primera que vino después de mi vieja amiga.

Un día, la señorita de Porhoet, cansada de esa incesante burla, le dijo delante de mi: Querida mía, se ha posesionado del corazón de usted, hace algún tiempo, un demonio que haría bien en exorcizar lo más pronto posible; de otro modo, acabará usted por formar una homogénea trinidad con las señoras de Aubry y de Saint-Cast; quiero advertírselo bien claro.

La señorita Porhoet no titubeó en confesármelo, asegurándome que le había sido imposible obrar de otro modo por el honor de su familia, y que por otra parte, la señora de Laroque era incapaz de traicionar ni para con su hija, un secreto confiado á su delicadeza. Entretanto, mi confidencia con la anciana señorita me había infundido hacia ella un tierno respeto, del que trato de darle pruebas.

No, madre respondió Margarita, pues la señorita de Porhoet no ha llegado aún. Un minuto después, el timbre del péndulo se ponía en movimiento; la puerta se abrió, y la señorita Jocelynde de Porhoet-Gaél, llevada del brazo por el doctor Desmarest, entró en el salón con una precisión astronómica.

Después de las protestas de absoluta confianza, que me apresuré á dirigirle, la señorita de Porhoet continuó en su lenguaje dulce y firme: La señora de Aubry fué á verme esta noche á hurtadillas; comenzó por arrojarme sus horribles brazos al cuello, lo que no me gustó nada, y luego, á través de mil jeremiadas personales, que excuso repetir, me ha suplicado que detenga á sus parientes sobre el borde de su ruina.

Tal es, primo, según la apariencia, la justificación providencial de su fortuna y de la mía. Manifesté á la señorita de Porhoet, cuán orgulloso me sentía en haber sido escogido con ella para dar al mundo la noble enseñanza que le es tan necesaria, y de la que parece tan dispuesto á aprovecharse.

Y la jovencita Helouin por el mismo camino continuó la señorita de Porhoet. ¡Dios mío! ¿qué es lo que pasa? dije, arrojando un grito de sorpresa.

¡Ah! si he de creer á la señorita de Porhoet, enviaría muy lejos al señor de Bevallan... Pero habla muy fácilmente... ¡cuando él se haya marchado no será ella quien casará á mi hija! Dios mío, señora, desde el punto de vista de la fortuna, el señor de Bevallan es ciertamente un partido poco común, es preciso no disimulárselo, y si quiere usted rigurosamente cien mil libras de renta...

Antes de partir recomendé de nuevo á la discreción de la señorita de Porhoet el secreto que me había visto obligado á confiarle. Me respondió de una manera un poco evasiva: que podía estar tranquilo, que ella sabría velar por mi reposo y mi dignidad.