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Actualizado: 23 de julio de 2025
Creeríase que era el sudor de aquel gran trabajo de hombres y máquinas, del hierro y de los músculos. La Nela salió de su casa. También ella, a pesar de no trabajar en las minas, estaba teñida ligeramente de rojo, porque el polvo de la tierra calaminífera no perdona a nadie.
Lo que el notario iba dejando en las habitaciones del primer piso aparecía misteriosamente en el desván, como si le hubiesen salido patas. Doña Cristina y sus sirvientas, obligadas á vivir en continua pelea con el polvo y las telarañas de un edificio que se desmenuzaba poco á poco, sentían un odio feroz contra todo lo viejo.
Al cabo de algunos días tuvo la fortuna de descubrir a un impresor arruinado hacía algunos años, cuyos tórculos rotos y enmohecidos no había querido comprar nadie y yacían cubiertos de polvo en un obscuro sótano. Cuando don Rosendo fué a examinarlos en compañía de su dueño, no pudo menos de sentir respetuosa emoción.
¡Vaya, vaya! refunfuña, que si yo tuviera aquí un rifle, un miserable rifle, os cazaba como a patos en una laguna; no quedaría uno de vosotros para un remedio, grandísimos pillos. Con qué gusto cargaría el arma, apuntaría al más pintado y ¡zas! lo echaría a rodar hecho polvo.
Si al fin nos hemos de morir... Tengamos la conciencia tranquila; no hagamos cosas malas, y ruede la bola... y no temamos el materialismo de la muerte; que al fin polvo somos, y...». Basta, no siga usted dijo Maxi, ceñudo, cortándole el discurso . Si usted es materialista, nunca nos entenderemos.
Pasó el carruaje como un rayo entre nubes de polvo, pero Fermín pudo reconocer al que guiaba los caballos. Era Luis Dupont que, erguido en el pescante, arreaba con la voz y el látigo a las cuatro bestias que corrían desbocadas. Una mujer que iba junto a él, también gritaba azuzando al ganado con una fiebre de velocidad loca. Era la Marquesita.
Cuando se retiró estaba embriagada de todo menos de vino, porque apenas lo probara, embriagada de luz, de ruido, de placer, de sorpresa, de polvo, de gentío, de pitazos, de coches, de ayes de mendigos, de pregones, de blasfemias, de vanidad, de agua del Santo.
Entramos al fin en el río, cuyo frescor agradecieron mucho nuestros cuerpos, secos e irritados por el calor y el polvo, y algún tiempo después, cuando comenzaban a iluminar el horizonte los primeros vislumbres de la aurora, ya éramos dueños de la orilla derecha.
El elegante se creía a la vergüenza en la picota, y de un brinco, que procuró que fuese gracioso, se puso en tierra. Sacudiendo el polvo de las manos y limpiando el sudor de la frente, dijo: ¡Es imposible! Que se busque otra escalera. Ya podía estar buscada... Si yo alcanzase... insinuó entonces el Magistral, con modestia en la voz y en el gesto.
En la misma dirección, pero a larga distancia, fueron perdiéndose entre dos remolinos de polvo, grande uno, imperceptible otro, los presidiarios y el jinete.
Palabra del Dia
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