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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Todo estaba lo mismo que una hora antes, cuando el té humeaba en la taza de Ojeda, ahora vacía, y blanqueaban sobre la mesa los pliegos, cubiertos al presente de compactas líneas. Las personas cercanas a él fumaban silenciosas o seguían sus conversaciones con lentitud soñolienta.
En ella se confesaba perdidamente enamorado: «una pasión de niño que el tiempo no había hecho más que trasformar y fortalecer:» la amaba, valiéndose de la expresión de Víctor Hugo, como un gusano ama a una estrella; la impresión que su belleza, su angelical bondad y la dulzura de su carácter, habían hecho en su corazón de niño, no había podido borrarse: «era su primer sueño de amor.» Para decir esto, en resumen, había empleado dos pliegos de letra menuda.
Muchachos con pliegos de colores voceaban las décimas y cuartetas, alegres y divertidas, para las máscaras, colecciones de disparates métricos y porquerías rimadas, que por la tarde habían de provocar alaridos de alegre escándalo en la Alameda.
Ya podemos Dejar la cuenta. Bien hacen: Temerosos son del fuego. Escuchen por vida mía, Más: veinte mil y quinientos Y sesenta y tres ducados, Y cuatro reales y medio, Que pagué á postas de cartas. ¡Jesús! Y en correos Que llevaban cada día A España infinitos pliegos.
Los pupitres de los salones y del fumadero estaban ocupados por hombres y mujeres que escribían y escribían, teniendo ante ellos un montón de cartas cerradas con las direcciones puestas. Por encima de sus cabezas pasaban manos rapaces, apoderándose con profusión de sobres y pliegos. Corrían los criados, no sabiendo cómo acudir a tan diversos llamamientos. Todos pedían lo mismo: papel y plumas.
Y en efecto, sin aguardar la contestación de Gonzalo, se dirigió a la mesa, tomó unos pliegos de papel que había sobre ella, se puso las gafas, y acercándose al balcón dió comienzo, no sin cierta emoción que se le traslucía en la voz, a la lectura de la carta. Estaba escrita en papel comercial, grande y rayado.
Como formaba demasiado bulto para un sobre común, me vi precisado a fabricar otro, para lo cual pedí las tijeras a Matildita, que no dejó de echar una mirada penetrante a los pliegos escritos que estaban sobre la mesa. Don Seferino, uté escribe largo y no come... ¡Malo! Vi en lontananza una nube de consejos presta a reventar sobre mí.
Volví al Mac-Cullock para ordenar la descarga del equipaje y efectos de guerra que traía, habiendo tenido ocasión de encontrar en aquellas aguas de Cavite á varios revolucionarios de Bataan, á quienes entregué dos pliegos que contenían órdenes de levantamiento para la citada provincia y la de Zambales.
Al murmurar acariciábase el bigote con el cabo del estilógrafo, mientras sus ojos recorrían las páginas emborronadas para restablecer la ilación de sus ideas. Olvidóse instantáneamente del lugar dónde estaba; pasó de golpe a un mundo distinto, un mundo sólo de él, que parecía latir en los pliegos ennegrecidos por su escritura.
La carta, de tres pliegos, la llevó Petra a casa del Provisor; la recibió Teresina sonriente, más pálida y más delgada que meses atrás, pero más contenta. El Magistral se encerró en su despacho para leer. Cuando su madre le llamó a comer, don Fermín se presentó con los ojos relucientes y las mejillas como brasas.
Palabra del Dia
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