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Actualizado: 9 de octubre de 2025


En otros tiempos jugaba por el placer de la emoción, por el gusto de reñir con la suerte, porque me halaga el asombro de los curiosos viéndome aventurar con indiferencia cantidades enormes. Ahora es por él, sólo por él. Alicia recordó el mal estado de su fortuna. Estaba ya quebrantada seriamente años antes, pero ella tenía la esperanza de una pronta reconstitución.

En cuanto á la literatura... La grandeza del cuadro impone y espanta, pero su hermosura atrae y hace irresistible el deseo de ensanchar el ánimo con el placer de su descripcion.

Siempre que el teatro llega á florecer en cualquiera parte, en virtud de su propia é ingénita fuerza, hay que complacer las exigencias de la mayoría del público, que desea ver ó contemplar variados espectáculos, y de aquí también que los poetas españoles, antes de este período, no hubiesen desatendido el placer que reciben los sentidos de una exornación teatral atractiva.

Pensaban involuntariamente en los verdes campos, en el paseo exuberante de gentío, en el placer de andar lentamente bajo las ladeadas sombrillas, viendo caras nuevas y contestando al saludo de los amigos; y por fin, la madre y las hijas no pudieron resistir más y comenzaron a vestirse.

Aquel paisaje, un poco teatral, debía enajenar de placer a la generala.

Otra cosa que le gustaba muchísimo era almorzar en los restaurantes. Eso de entrar cada día en sitio distinto, sentarnos a una mesa entre otra porción de ellas ocupadas, quitarse el sombrero y los guantes y hacer con gran detenimiento la elección de los platos entre los más apetitosos de la lista, constituía para ella un placer muy vivo.

En el segundo acto encontramos á los dos en un paraje agreste y montañoso, en donde llevan vida de salteadores, matando y robando á los caminantes, y cometiendo hasta con placer todo linaje de crímenes. Entre los viajeros, que caen en sus manos, se cuentan el padre de Lisarda y su hermana Leonarda.

Juan quería a Pedro, como los espíritus fuertes quieren a los débiles, y como, a modo de nota de color o de grano de locura, quiere, cual forma suavísima del pecado, la gente que no es ligera a la que lo es. Los hombres austeros tienen en la compañía momentánea de esos pisaverdes alocados el mismo género de placer que las damas de familia que asisten de tapadillo a un baile de máscaras.

El salón y las luces brillaban para Muñoz como algo irreal. Hería sus nervios el rumor de las conversaciones y de las risas alegres. Las personas que más conocía le parecieron nuevas, casi extrañas. Se puso a cavilar. ¿Por qué Adriana no se había detenido? ¿Por qué su cara no demostró siquiera placer de verle después de tres semanas?

Allí se descubrió, sin que el gitano correspondiera a su atención, y entonces los ayudantes del verdugo arrojaron su cuerpo al muladar, donde fue devorado por los perros. ¡La venganza! placer de los hombres.

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