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Actualizado: 19 de junio de 2025


, volveremos... Pero que lo laven... ¡pobre niño! Debe de estar en un martirio horrible con ese emplasto en la cara. Di, tontín, ¿quieres que te laven? El Pituso dijo que con la cabeza. Su aflicción crecía, y poco le faltaba para romper a llorar. Todas las vecinas reconocieron la necesidad de lavarle; pero unas no tenían agua y otras no querían gastarla en tal objeto.

«Hola, barbián dijo Santa Cruz sentándose y cogiendo al chico por ambas manos . Pues es guapo de veras. Lástima que no sea nuestro... No te apures, mujer, ya vendrá el verdadero Pituso, el legítimo, de los propios cosecheros o de la propia tía Javiera». Benigna y Ramón miraban a Jacinta.

La comida estaba dispuesta para los niños, porque los papás cenarían aquella noche en casa del tío Cayetano. Jacinta se había olvidado de todo, hasta de marcharse a su casa, y no supo apreciar el tiempo mientras duró la operación de lavar y vestir al Pituso.

Rafaela llevaba en brazos el chico. Como a fines de Diciembre son tan cortos los días, cuando salieron de la casa ya se echaba la noche encima. El frío era intenso, penetrante y traicionero como de helada, bajo un cielo bruñido, inmensamente desnudo y con las estrellas tan desamparadas, que los estremecimientos de su luz parecían escalofríos. En la calle del Bastero se insurreccionó el Pituso.

De esta manera llegaron a los portales y a la casa de Villuendas, ya cerrada la noche. Entraron por la tienda, y en la trastienda Jacinta se dejó caer fatigadísima sobre un saco lleno de monedas de cinco duros. Al Pituso le depositó Guillermina sobre un voluminoso fardo que contenía... ¡mil onzas! iv

Cuando entró en la casa y vio al Pituso, la severidad, lejos de disminuir, parecía más acentuada. Contempló Barbarita sin decir palabra al que le presentaban como nieto, y después miró a su nuera, que estaba en ascuas, con un nudo muy fuerte en la garganta.

Recordaba, , que la muerta había sido su mayor enemiga; pero las últimas etapas de la enemistad y el caso increíble de la herencia del Pituso, envolvían, sin que la inteligencia pudiera desentrañar este enigma, una reconciliación.

Que espere... Pues no faltaba más... replicó Jacinta con tedio . Que tenga paciencia, que también la tienen los demás. Y vosotras, ¿de dónde venís? ¿Nosotras? De ver amas de cría dijo la santa sonriendo. ¡Amas de cría!... , no es broma... amas, amas, amas. ¡Qué graciosa estás hoy!... Pues qué, ¿no te ha dicho esta tonta que hemos encontrado otro Pituso?

«Con que no lo olvides... Preséntate en cualquier estudio, y eres un hombre. Con tu piojín a cuestas, serías el San Cristóbal más hermoso que se podría ver. Adiós, adiós...». Más escenas de la vida íntima i Saliendo por los corredores, decía Guillermina a su amiga: «Eres una inocentona... no sabes tratar con esta gente. Déjame a , y estate tranquila, que el Pituso es tuyo. Yo me entiendo.

Mas de repente, y cuando Jacinta se disponía a oír denegaciones categóricas, la abuela lanzó una fuerte exclamación de alegría, diciendo así: «¡Hijo de mi alma!... ¡amor mío!, ven, ven a mis brazos». Y lo apretó contra tan enérgicamente, que el Pituso no pudo menos de protestar con un chillido. «¡Hijo mío!... corazón... gloria, ¡qué guapo eres!... Rico, tesoro; un beso a tu abuelita».

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