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Actualizado: 19 de junio de 2025
Lo primero que deben hacer es ponerle a remojo para que se le ablande la mugre. Ramón miró al Pituso. Su semblante no expresaba tampoco una convicción muy profunda respecto al parecido. Sonreía Benigna, y si no hubiera sido por consideración a su querida hermana, habría dicho del Pituso lo que de las monedas que no sonaban bien: Es falso, o por lo menos, tiene hoja.
Lo más particular fue que cuando se despidió, el Pituso quería irse con ella. «Volveré, hijo de mi alma, volveré... ¿Veis cómo me quiere?, ¿lo veis?... Con que portarse bien todos, y no regañar. Al que sea malo, no le quiero yo...». vi No se le cocía el pan a Barbarita hasta no aplacar su curiosidad viendo aquella alhaja que su hija le había comprado, un nieto.
Y volvieron a oírse los desesperados gritos del Pituso, y Guillermina no disimulaba su impaciencia y zozobra. «Ya se ve, la pobre criatura tiene ganita... ¡Cuidado que levantarse antes de tiempo y plantarse en la calle...! Le digo a usted que le pegaría...». Maximiliano callaba, no quitándole los ojos a la santa, a quien nunca había visto tan de cerca.
Jacinta tenía su mirada engarzada en los dibujos de la colcha. Su marido le tomó una mano y se la apretó mucho. Ella no decía más que «¡Pobre Pituso, pobre Juanín!». De repente una idea hirió su mente como un latigazo, sacándola de aquel abatimiento en que estaba. Era la convicción última que se revolvía furiosa en las agonías del vencimiento.
Palabra del Dia
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