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Vamos... si no es posible que adivine usted lo que allí pasó. D. Gregorio se había quedado aquella noche a dormir en la casería, y la perversa chacha Ramoncica, engañándome, acababa de introducirme en el cuarto de doña Juana. ¡Qué asombro el mío cuando me encontré de manos a boca con esta señora!

Guardó un momento silencio Quevedo, y luego dijo con voz sonante y hueca, cortando los versos de una manera acompasada, y dándoles cierta canturía: Dióme Dios, por darme mucho, con una suerte perversa, cabeza dos veces grande, y pies para sostenerla. Vine al mundo como soy, aunque venir no quisiera; la culpa fué de mi madre, que no se murió doncella.

Malsana, servil, perversa había sido la pasión de aquella mujer. Los celos impotentes, su amor humillado hacían que Vérod acogiera estas ideas.

Desde niño dicen que manifestó una inclinación perversa á reírse de todo y á no tomar nada por lo serio.

A la postre no tuvo más remedio aquél que inclinarse ante la voluntad de Dios y confesar su presencia. Lo hizo con gran placer. Después de sus sacrílegas dudas, estaba ansioso de ver los testimonios de la omnipotencia y de la bondad infinitas; quería anegarse en el océano de lo inexplicable, de lo sobrenatural, para escapar a la crítica minuciosa y perversa que todo lo marchita.

Nada censuraría yo si se limitasen estos amoríos a ser un galante y fugaz pasatiempo, pero los hallo muy mal si son serios. El inaudito esfuerzo que el Padre Ambrosio hizo para remozarte, no debe tener tan mezquino resultado. Tu amonestación contestó Miguel de Zuheros es infundada y hasta perversa.

Pero ella, Elena, ¿por qué recurre a esas maniobras clandestinas, engaña la confianza de su padre y se compromete con un hombre a quien apenas conoce, cuando podría escogerle en pleno día si él ha sabido agradarla? La cosa es fea, vil e instintivamente perversa. ¡Fíese usted de los místicos éxtasis en el fondo de las viejas catedrales!

No le perdonaba su afectación hipócrita en llenarle de ridículo, y, sobre todo, no le perdonaba que hubiese intentado desmoralizarla, exponiéndola con un orgullo de demonio, su teoría perversa, y tanto menos la perdonaba, cuanto que sentía que había casi logrado su objeto, y que poco a poco el veneno iba infiltrándose en sus venas.

Habíase casado con su primo Hermany, joven de un físico agradable, pero, con la costumbre y los vicios de un truhán. Se repetía que no solamente había continuado su vida de soltero sino que se la había hecho participar a su mujer, ya sea por una especie de malignidad perversa, bastante a la moda, ya simplemente por ignorancia.

Uno de los señores de los extremos le toma la papeleta, mas antes de leerla le examina escrupulosamente de pies a cabeza cual si tratase de sonsacarle, mediante su aspecto, qué intención perversa le había movido al venir hasta allí en demanda de un libro.