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Actualizado: 14 de julio de 2025
Su última ocupación fué reunir algas marinas de varias clases, haciendo con ellas una especie de banda ó manto y un adorno para la cabeza, lo que le daba el aspecto de una pequeña sirena. Perla había heredado de su madre la facultad de idear trajes y adornos.
Tan magníficamente lucía aquella criaturita ataviada de esa suerte, y era tal el esplendor de la propia belleza de Perla, brillando al través de los trajes vistosos que habrían podido apagar una hermosura mucho menos radiante, que puede decirse que en torno suyo se formaba un círculo de fulgente luz en el suelo de la obscura cabaña.
Era como perla que se esconde en un muladar. Ella me amó con el fervor y la ternura que hubiera yo querido hallar para mí en el corazón de alguna gran señora o de alguna princesa. Y yo gocé mal de aquel amor sin llegar a comprenderle, y le desprecié y me harté de él después de haberle gozado. La plebeya ruindad de mi enamorada trocó mi afecto y mi gratitud en vergüenza.
Allá la noble España, madre nuestra, aquí su noble hija del Oriente, que a los extraños y a los propios muestra que de ella supo levantar la frente... Allá lo grande y lo sublime impera; en Hispania halló el arte sus altares; aquí esta Perla, que felice fuera un pedazo de España en estos mares...
Cuando el indio pronúnciale al despuntar la aurora, sabe que ese mundo inocente, nácar, perlas, humildes conchas, hace coro con él desde el fondo de los mares. Comprendo perfectamente que en presencia de la perla, el alma ignorante y encantadora de la mujer, sueñe y se conmueva sin saber por qué. Dicha perla no es ni persona ni cosa: hay en ella todo un mundo de conjeturas.
El rayo se agitaba de un lado á otro, haciendo que la niña pareciera más ó menos confusa, ya como una criatura humana, ora como una especie de espíritu, á medida que el esplendor desaparecía y retornaba. Oyó la voz de su madre, y se dirigió á ella cruzando lentamente la selva. Perla no había hallado largo ni fastidioso el tiempo, mientras su madre y el ministro estuvieron hablando.
Aquel tierno capricho, tan poco común en el carácter de Perla, no duró mucho tiempo: se echó á reir, y se fué á lo largo del vestíbulo saltando tan ligeramente, que el anciano Sr. Wilson se preguntó si había tocado el pavimento con la punta de los pies. Este pequeño traste tiene en sí algo de hechicería, le dijo á Dimmesdale: no necesita del palo de escoba de una vieja para volar.
Y allí estaba el ministro con la mano puesta sobre el corazón; y Ester Prynne, con la letra bordada brillando en su seno; y la pequeña Perla que era en sí misma un símbolo y el lazo de unión entre aquellos dos seres.
Allí tuerce usted a la izquierda por una calle que se llama de Luchana; ve usted una iglesia, la de San Isidoro; en seguidita otra, la de San Alberto; baja usted un poco, y a la derecha encuentra usted una calle que se llama de la Perla; entra usted en la calle de la Carne, y allí está la de San José... ¿Ha comprendido usted?
¿Y estará allí el ministro? preguntó Perla, ¿y extenderá las dos manos hacia mí, como hizo cuando tú me llevaste á su lado desde el arroyuelo? Sí estará, respondió su madre, pero no te saludará hoy, ni tampoco debes tú saludarle. ¡Qué hombre tan triste y tan raro es el ministro! dijo la niña como si hablara en parte á solas y consigo misma.
Palabra del Dia
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