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Actualizado: 14 de octubre de 2025


Decía esto á sus espaldas, y él no podía explicarse el respeto con que le trataban los otros invitados y la simpática atención con que le oían apenas pronunciaba algunas palabras. Así conoció á varios diputados y periodistas, amigos del banquero Fontenoy, que eran los convidados más importantes.

No los dirigió porque la Empresa tenía contratado para ello un viejo académico irascible que llamaba a los autores badulaques cuando osaban hacer sobre la representación de su obra la más tímida advertencia. ¿Qué sabían los autores del arte? ¿Qué sabían los cómicos del arte? ¿Qué sabía el público ni los periodistas del arte?

El senador Gurdilo, ansioso de venganza, insinuó á los periodistas que Momaren y Golbasto se habían batido de noche en la playa por alguna rivalidad amorosa, pues los dos, á pesar de su exterior solemne, eran unos hipócritas de perversas costumbres y tal vez se disputaban el monopolio de algún esclavo atlético.

Se lo he dicho al presidente del Consejo Ejecutivo, á muchos senadores, al gobierno municipal de la ciudad y á todos los periodistas que conozco, excelentes muchachas, que ahora me prestan alguna atención, después de no haberme hecho caso nunca, y se dignan repetir en sus artículos todo lo que me oyen.

A su casa iban continuamente los canónigos de la catedral, los misioneros que con frecuencia hacían excursiones a la ciudad, los periodistas católicos y hasta el prelado de la diócesis.

Este trabajo era su único medio de existencia fijo y ordenado. El dinero de una traducción representaba la comida, al anochecer, en una taberna frecuentada por las gentes del «oficio», periodistas de escaso sueldo, jóvenes de abundosas melenas y suelta corbata, que hablaban mal de todos, entreteniendo así la espera impaciente de una hora de celebridad.

La mayoría de los redactores fue nombrada por el conde; algunos eran hijos de sus tertulianos asiduos, otros periodistas famélicos a quienes debía algún suelto laudatorio. Por fin apareció el primer número. Grande fue la sorpresa de Miguel al leer debajo del título otro rengloncito corto que decía: «Director: don Pedro Mendoza y PimentelNo pudo reprimir un sentimiento de indignación.

Después imaginó que acaso entre sus amigos, particularmente entre los periodistas, hubiese alguno que le conociera y por el cual le podía enviar un recado de atención. Lo desechó como peligroso. Hasta se le pasó por la cabeza hacerle seña para que bajase y darle una explicación de palabra; pero tampoco osó hacerlo. Era demasiado humillante.

Para los otros regimientos éramos gente mala, tal vez escapados de presidio. «¡Qué hambre sufrirías en tu casa me dijeron en el frente , cuando has venido aquí para poder comer!...» Y entre nosotros había estudiantes, periodistas, jóvenes de familias ricas, enganchados por entusiasmo... Pero no hablemos de esto.

Al caer la tarde se dirigió á la vivienda del Gentleman Montaña. Después de salir del Senado había pretendido sin éxito alguno hablar con el presidente del Consejo Ejecutivo. Su personalidad gloriosa parecía disolverse así como iba decreciendo la curiosidad simpática por el gigante. Las gentes volvían á no conocerle. Varios periodistas pasaron junto á él sin pedirle su opinión.

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