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Actualizado: 22 de noviembre de 2025


¡Qué quiere usted, padre! exclamó . La buena Prensa es tan mala!... No hay más Prensa mala que la mala Prensa repuso el cura sentenciosamente . Y vamos a ver, ¿qué periódicos son esos que lees?... Leo El Sol dijo Antoniño. ¿El Sol? El Sol. ¿Un periódico de diez céntimos? Justamente. Un periódico de diez céntimos pensó quizás el cura debe de ser tan malo como dos periódicos de cinco.

Y aún sufría más por mi empeño de que aquí no se conociese tu situación. ¡Un Luna, el hijo del señor Esteban, el antiguo jardinero de la Primada, con el que conversaban los canónigos y hasta los arzobispos... mezclado entre la gentuza infernal que quiere destruir el mundo...! Por esto, cuando Eusebio el Azul y otros chismosillos de la casa me preguntaban si podrías ser el Luna de que hablaban los periódicos, yo decía que mi hermano estaba en América y que me escribías de tarde en tarde, por andar ocupado en grandes negocios. ¡Ya ves qué dolor!

Estas proporciones no las disfrutan por lo comun los extranjeros, ni los nacionales que se contentan con la lectura de los periódicos, y así creyendo que la comparacion de los de opuestas opiniones les aclara suficientemente la verdad, se forman los mas equivocados conceptos sobre los hombres y las cosas.

Los vendedores de periódicos pregonaban terribles batallas en el centro de Europa: ardían las ciudades bajo el bombardeo, morían cada veinticuatro horas miles y miles de seres humanos... Y él no leía nada, no quería saber nada.

Como el dinero escaseaba en casa y cada vez que se presentaba Agapo, era recibido con una lección de solfeo, no se atrevía él a ir y pasaba los días vagando, comiendo naranjas o un pedazo de pan duro, mojado en el cocido de alguna lavandera caritativa; a veces, por ganar algo, hacía changas en el muelle, llevando la maleta de algún viajero o vendía periódicos y fósforos, pero, decididamente, no servía él para el trabajo; un día le llevaron a la comisaría por desorden, y ya aprendió el camino, de tal modo, que rara era la noche que no dormía en duro banco, en compañía de borrachos y ladrones.

El romancista, que estimaba á don Silvestre porque sabía latín, le propuso el cambio de sus periódicos, y desde luego fué aceptado. No tardó en sucederle á Seturas con los artículos de fondo algo parecido á lo que á don Quijote le sucedió con los libros de caballerías: fascináronle sus írases y acabaron por extraviarle el poco criterio que tenía, amarrándole completamente á la opinión del diario.

Hasta hizo poner anuncios en los periódicos. La pobre mujer se hubiera muerto de alegría al encontrar en ellos su nombre; pero esto no era ya posible. Por último, el propietario de una casita, en la que ella había vivido, proporcionó al Conde los datos que había solicitado. La señora Bonnivet había muerto hacía ya dos meses. ¿Y qué fue de su sobrina?

En un libro abultado, de desiguales hojas, donde guardaba con minuciosa puerilidad de cantante todo lo que habían dicho de ella los periódicos del mundo, encontraba Rafael un eco de las estruendosas ovaciones.

»Mis artículos llamaron la atención; muchos periódicos de Madrid y provincias, pero en particular La Gaceta Económica, que era el órgano más autorizado de la escuela economista, reprodujeron dichos trabajos, elogiándolos calurosamente.

Los trabajadores de las viñas cobraban de treinta a cuarenta reales de jornal, y se permitían la fantasía de ir al tajo en calesín y con zapatos de charol. Nada de periódicos, ni de soflamas, ni de mítines.

Palabra del Dia

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