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Actualizado: 23 de junio de 2025


El tío Goro de Canzana sonríe siempre, pero sus ojos se humedecen al recordar los tiempos heroicos de su juventud. Eso está bien manifestó otro vecino y no es faltar á la ley el que los rapaces se den alguna vez dos vardascazos; las manos se sueltan y el pellejo se endurece.

Ella me mordió un brazo, mira... todavía está aquí la señal; pero yo le dejé sellaíto un ojo... todavía no lo ha abierto, y le saqué una tira de pellejo ¡ras!, desde semejante parte, aquí por la sien... hasta la barba. Si no nos apartan, si no me coges a por la cintura, y Paca a ella, la reviento... creételo. Ya me acuerdo de aquella trifulca dijo Fortunata mirando a su compañera con miedo.

Hasta el dia 11 Marzo continuaron las visitas de los indios: se ofreció un indio á pasar en el bergantin, que no se admitió sin beneplacito de su cacique por no digustarlos, y conseguido, lo embarcaron, y él muy contento queria arrojar al agua el pellejo con que se cubria.

Solamente la sarna y las viruelas pudieron vencer aquel pellejo: con la primera perdió la mitad de los cabellos; con las segundas ganó los innúmeros relieves de su cara.

Las bestias de la Casa de fieras pertenecen a la clase docente, y como el profesorado en general, están muy mal retribuidas: tienen los huesos salientes, el pellejo arrugado, el aspecto miserable y triste. Las fieras deben de seguir el mismo sistema.

Al punto hacían saber a su amo la presa del lobo, dábanle el pellejo y parte de la carne, y comíanse ellos lo más y lo mejor. Volvía a reñirles el señor, y volvía también el castigo de los perros. No había lobos; menguaba el rebaño; quisiera yo descubrillo; hallábame mudo; todo lo cual me traía lleno de admiración y de congoja.

La baronesa Fulana iba con el suyo en carruaje, mientras el marido guiaba afanoso los caballosNo quedaba dama en la corte a quien no le arrancara una tirita de pellejo. No perdonaba siquiera a su esposa.

Los dos hijos de Materne se habían agarrado del brazo, como si tuvieran miedo de perderse, y su padre, detrás de ellos, apoyado en la pared y el codo en el cañón de la carabina, les miraba con satisfacción. «Están aquí, los estoy viendo parecía decirse el anciano ; son fuertes los muchachos; los dos han logrado salvar el pellejo.» Y el valiente guerrillero tosía en el hueco de la mano.

En los cinco últimos años, los bailes del Liceo parecían visitas de pésame. Media docena de señoritas más o menos jóvenes, con los hombros y el pecho al aire, el rostro muy empolvado, departiendo en voz baja allá en un ángulo del vasto salón, mientras a su lado las mamás sacaban tiras de pellejo a alguna amiga ausente.

¿Y, por ventura, se la roban a usted de casa para llevársela por esos mundos afuera... a Méjico, verbigracia, donde no la vuelva a ver en muchos años... o nunca quizá? Si hasta por ese lado sale usted ganando en la nueva jugada; pues lejos de quedarse sin la única hija que tiene, adquiere otro hijo más, que le acompañe y le quiera y le venere... ¡Ah, caramba, si yo me viera en pellejo de usted!

Palabra del Dia

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