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Actualizado: 11 de mayo de 2025


Apenas puedo poner atención en lo que usted me dice. No alcanzo a soportar el espectáculo de esos novios. Estoy segura de que tampoco se quieren. Me gustaría oír lo que están diciendo. Y él habla sin interrupción, parece que moviera la boca sin decir nada... Los dos tienen la cara pegada al respaldo del sofá. Ese debe ser el estado comatoso del amor.

Se adelantó hácia nosotros, y el vientre caminaba dos ó tres palmos delante de ella. Yo me acordé del célebre soneto de Quevedo que principia: Erase un hombre á una nariz pegado, porque, en efecto, la situacion era muy semejante; aquí se trata de Una mujer pegada á una barriga.

Vivimos todos una nueva existencia... Yo creo que los dos son ahora más felices que antes. Esta felicidad la había presentido Desnoyers al verles. Y el hombre de rígida moral, que anatematizaba el año anterior la conducta de su hijo con Laurier, teniéndola por la más nociva de las calaveradas, sintió cierto despecho al contemplar á Margarita pegada á su marido, hablándole con amoroso interés.

El descenso a la otra parte de la montaña, es al principio más suave, pero, en Yenne, la pendiente vuelve a empezar de nuevo; viene a ser una limitadísima cornisa sin parapeto, pegada por una parte a las elevadísimas rocas de la montaña y teniendo en la otra, sin el menor amparo, el caudaloso Ródano a tres o cuatrocientos pies de profundidad.

Despues que han conocido los hombres de buen juicio, que la Filosofía Cartesiana era por la mayor parte un cúmulo de ficciones bien encadenadas, la han abandonado, quedándoles pegada alguna cosa, como sucede siempre que se han preocupado los entendimientos, pues cuesta mucho desarraigar de todo punto lo que estuvo internado en la mente.

Los peones, calados hasta los huesos, con su flacura en relieve por la ropa pegada al cuerpo, despeñaban las vigas por la barranca. Cada esfuerzo arrancaba un unísono grito de ánimo, y cuando la monstruosa viga rodaba dando tumbos y se hundía con un cañonazo en el agua, todos los peones lanzaban su ¡a...ijú! de triunfo.

Detúvose el fugitivo un momento, turbado, con cierto pavor respetuoso, semejante al del profano que se encontrara de repente en el fondo de las catacumbas, en medio de los divinos oficios; a lo lejos, oíanse en la calle el vals de La Gran Duquesa y los gritos de la canalla... Dio entonces dos pasos a tientas, extendiendo el brazo para salir por la puerta de enfrente a la calle de la Montera, y tropezó con un confesonario arrimado a la pared de la derecha; abrióse al punto la puertecilla baja de delante y apareció una mano muy blanca pegada a una manga negra.

¡Una santa!, ¡una santa! repitió Ido, con la barba pegada al pecho y echando al Delfín una mirada que en otra cara habría sido feroz . Muy bien, señor mío. ¿Y usted en qué se funda para asegurarlo sin pruebas? La voz pública lo dice. Pues la voz pública se engaña gritó Ido alargando el cuello y accionando con energía . La voz pública no sabe lo que se pesca.

En cuanto a Massareo y su tripulación, esperaron el día en la misma posición, es decir, con la nariz pegada al suelo, y únicamente cuando el sol estuvo bien alto se atrevieron a levantar la cabeza; pero como no habían maniobrado durante aquella noche terrible, se encontraron varados sobre la costa de Conil, enfrente del faro de señales.

Fue en ese momento cuando, precisamente bajo la cama de Mounsey, que estaba pegada a la mía, empezó a hacerse oír el grillo más atenorado que he escuchado en mi vida; el falsete atroz y monótono me crispaba el alma. Lo sufrimos cinco minutos; pero, como el miserable anunciaba en la valentía de su entonación el propósito de continuar la noche entera, organizamos una caza que no dio resultado.

Palabra del Dia

hociquea

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