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Actualizado: 19 de junio de 2025


Casi sin corriente, por la escasa inclinación del suelo, la masa fangosa corre lentamente por entre dos líneas de casas con sus paredes cubiertas de algas verdosas, su maderamen roído por la humedad y sus enlucidos cayéndose á pedazos.

¡Alguien se ha sentado en mi silla también! Entonces el oso pequeño probó su silla y gritó: ¡Alguien se ha sentado en mi silla y la ha hecho pedazos! 70 Después entraron todos en la alcoba. El oso grande fue el primero que vio su cama y bramó: ¡Alguien ha dormido en mi cama! Entonces el oso mediano vio su cama y gruñó: ¡Alguien ha dormido en mi cama también! 75

Nadaban unos contra otros, oprimidos, compactos, formando bancos, como pedazos de playa que se hubiesen soltado á navegar. Parecían una isla que emerge ó un continente que empieza á hundirse. En los pasajes estrechos eran tantos, que las aguas se solidificaban, dificultando el avance á remo. Su número escapaba á los límites de todo cálculo, como las arenas y las estrellas.

6 Entonces mandó a la multitud que se recostase en tierra; y tomando los siete panes, habiendo dado gracias, partió, y dio a sus discípulos que pusiesen delante; y los pusieron delante a la multitud. 7 Tenían también unos pocos pececillos; y los bendijo, y mandó que también los pusiesen delante. 8 Y comieron, y se saciaron; y levantaron de los pedazos que habían sobrado, siete canastas.

¿Iban otros españoles en el buque? siguió preguntando Ulises. Uno nada más: mi amigo, ese muchacho de que he hablado antes. La explosión del torpedo le hizo pedazos. Yo lo vi. El capitán sintió agrandarse su remordimiento. ¡Un compatriota, un pobre joven, había perecido por su culpa!... También el viajante de comercio parecía sufrir un tormento de conciencia.

A cuál por asirle de alguna parte segura, por estar todo tan manido le agarraba el corchete de las puras carnes y aun no hallaba de qué asir, según los tenía roídos la hambre. Otros iban dejando a los corchetes en las manos los pedazos de ropillas y gregüescos; al quitar la soga en que venían ensartados, se salían pegados los andrajos.

Por las altas ventanas y por los rosetones del arco toral y de los laterales entraban haces de luz de muchos colores que remedaban pedazos del iris dentro de las naves.

Por fin, algunas tardes, desafiando las miradas hostiles, fue con su niño al cementerio. Al principio le tenía cierto miedo a Teulaí, el terrible cuñado, para el cual matar era ocupación de hombres, y que, indignado por la muerte del hermano, hablaba en la taberna de hacer pedazos a la mujer y a la bruja de la suegra. Pero hacía un mes que había desaparecido.

Eulalia Muñoz era muy vanidosa, y decía que no había casa como la suya y que daba gusto verla toda llena de unos pedazos de hierro mu grandes, del tamaño de la caña de doña Calixta, y tan pesados, tan pesados que ni cuatrocientos hombres los podían levantar.

Ocurría con frecuencia el caso de tropezar con una herradura en la carretera del Sur, y ¡cuántas veces, junto a las fábricas, podían recogerse pedazos de lingote, clavos y otras menudencias que, reunidas, se vendían en el Rastro!

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