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Las modernas, fruto del servilismo imitador del Renacimiento, de la pedantería ó soberbia de los gobiernos ó soberanos de la escuela fascinadora de Luis XIV, manifiestan en todo la voluntad del monarca, la tendencia á imponer su persona y su memoria, á deslumbrar á los pueblos con grandes construciones monumentales, estratégicas en gran parte, en cuyas líneas rectas no se ve mas sello que el de la vanidad niveladora, y el símbolo de la obediencia popular pasiva.

Este vicio es el que llaman los Modernos pedantería, que consiste en entretenerse solo el entendimiento en cosas de ninguna substancia, mas propias de niños que de adultos, proporcionadas á la pequeñez de su fantasía, y objetos dignos de su corto juicio.

Estaba al tanto de los progresos científicos, y sin pedantería ni vanidades, así, como quien no quiere la cosa, discurría como un sabio, de Filosofía y de ciencias físicas y naturales, dando innumerables muestras de su claro talento y de su copiosa erudición. ¡Buenos ratos me pasé oyéndole hablar de religión! ¡Qué mansedumbre! ¡Qué dulzura! ¡Nada de vanos escrúpulos ni de ridículas gazmoñerías!

Fingió á la ida andar menos porque la gente no se desalentase; fingió á la vuelta andar más por desatinar á los pilotos; si á esta declaración se junta la que hacía á los Reyes en la carta que escribió desde Jamaica, diciendo que sólo él sería capaz de decir dónde estaba Veragua y de volver á la costa, no puede menos de reconocerse, ya que no la pedantería de que le acusa el escritor alemán Rodolfo Cronau, cierta inmodestia.

Contestó ella que el arroz no había quedado tan bien como deseara. Cuando comían las chuletas, Maximiliano le dijo con cierta pedantería de dómine: «Una de las cosas que tengo que enseñarte es a comer con tenedor y cuchillo, no con tenedor sólo. Pero tiempo tengo de instruirte en esa y en otras cosas más». También le cargaba a ella tanta corrección.

Pero todo esto no conviene ahora a mi propósito. Cuando yo le conocí pasaba ya de los sesenta este varón extraordinario. Había vivido veinte años en la misma casa de huéspedes, aquella en donde yo di con él, y otros veinticinco en otras muchas casas de huéspedes. Es decir, que se había pasado la vida en casas de huéspedes. La tal casa, en donde al Destino plugo juntarnos pasajeramente, era repugnante de todo punto. Pasé allí sólo dos meses, y eso porque la simpatía y deleitoso magisterio de don Amaranto me persuadieron a dilatar mi estada. Su irónica pedantería y pintoresca erudición me encantaban; pero lo que más me movía a venerar a don Amaranto era el hecho de que hubiera permanecido tantos años en semejante alojamiento, soportando como si tal cosa, sin perder de romana en lo físico ni la ecuanimidad interior, privaciones, entrometimientos, escándalos, desaliños, ponzoñas; en suma, un trato miserable y homicida. Y es que había profesado pertenecer a las casas de huéspedes, como a una orden religiosa, y hecho voto de pupilaje perpetuo.

Todavía no se había fundado el casino de Lúzaro, que, después de una época de pedantería y de esplendor, quedó reducido a una reunión soñolienta de indianos y de marinos retirados. En la relojería me enteré de cuanto pasaba en el pueblo. Casi todos los contertulios eran carlistas y fanáticos; yo no lo era; pero allí pasaba el rato enterándome de las vidas ajenas, y me entretenía.

Decididamente, es usted demasiado perfecta, señorita Elena, y su conciencia se alarma demasiado fácilmente... La caridad cristiana gana mucho cuando no se la exhibe con cierta pedantería... Aquí están las notas que deseaba su padre de usted. Sírvase usted entregárselas cuando vuelva. Saludé y me fui. Elena hizo un movimiento como para retenerme, pero nada dijo sin embargo.