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Más de una vez he estado tentado de hacerlo dijo el prelado con firmeza, brillando en sus ojos una chispa de energía . Pero me detiene la consideración de mi cargo y mi carácter de sacerdote pacífico. Soy pastor del católico rebaño, no lobo que aterra a las ovejas con su fiereza.

Así es que mantener a su pastor es una carga demasiado pesada para ellos; y aunque yo procuro aligerarla lo más que me es posible, no alcanzan a darme todo lo que quisieran, aunque por mi parte tengo todo lo que necesito y aun me sobra.

En las llanuras argentinas no existe la tribu nómade; el pastor posee el suelo con títulos de propiedad; está fijo en un punto que le pertenece; pero para ocuparlo ha sido necesario disolver la asociación y derramar las familias sobre una inmensa superficie.

Y rodeava Iešus por todas las ciudades y aldeas, enšeñando en las šynogas deellos, y predicando el Evangelio del Reyno, y šanando toda enfermedad y toda flaqueza en el pueblo. Y viendo las compañas, uvo mišericordia deellas, que eran derramados y ešparzidos, como ovejas que no tienen paštor. Entõces dize

Hasta este día me dijo la señorita Margarita, á quien yo trataba de comunicar mis impresiones, ahí tiene usted todo lo que conozco de ella, pero si le interesa despertar á la princesa, podemos entrar. Por lo que he averiguado, hay siempre en estos alrededores un pastor ó pastora, que tiene la llave. Atemos nuestros caballos y pongámonos en su busca, usted del pastor y yo de la pastora.

Diga ozté Merluza, D. Enriquito: Merluza zoy, Merluza he zío y Merluza me he de morí el día meno penzao. Pues bien, mi amigo Merluza, el banderillero más barbián de la plaza de Málaga... Mis amigos D. Pablo López y D. Luis María Pastor, aficiona dos al arte.

Leónido abre el zurrón que el pastor le presenta, y halla en él la corona de espinas, la lanza y los clavos; cuando torna á mirarlo, después de contemplar aquellos objetos, ve ante á Jesucristo en la cruz, en vez del pastor, y oye estas palabras: Ya, Leónido, llegó el tiempo En que al justo satisfagas Lo mucho que has mal llevado, Haciéndome tu fianza.

Una vez sepultados de nuevo en el Averno los demonios que se habían salvado de la quema, se presentaron en la escena un gallardo mancebo, de oficio pastor, a juzgar por el pellico que le tapaba la espalda, y una hermosa doncella de idéntica profesión.

Y cuando no le quedaban al pastor toros que soltar y se aproximaba la noche, dos de la cuadrilla cogían el mejor capote de la sociedad, y sosteniéndole por las puntas, iban de tablado en tablado solicitando una gratificación.

Sentábase en el banco de ladrillos inmediato á la puerta, y el maestro y el pastor hablaban, admirados en silencio por doña Josefa y los más grandecitos de la escuela, que lentamente se iban aproximando para formar corro.